Una Diada para ser exigentes

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Imagen de la manifestación de la Fiesta del año 2020.

Con la pandemia ya en retroceso (pero todavía presente y amenazante), con los presos políticos en la calle (pero todavía con exiliados y con la represión judicial activa) y a las puertas de un inicio de diálogo político con el Estado (pero con pocas concreciones y con expectativas bajas), la Diada Nacional de Catalunya llega este 2021 en un contexto de compás de espera. El rumbo es incierto. A pesar de tener la palanca del Govern, el independentismo continúa dividido y desorientado, sin una hoja de ruta común, digiriendo aún las consecuencias de todo lo que comportó, en octubre de hace cuatro años, el referéndum del 1-O y la huida hacia adelante de una declaración de independencia simbólica. Lo mismo se puede decir de la oposición catalana que le hace frente: ni está movilizada ni todavía menos unida. El empate de impotencias se alarga en medio de un panorama de urgencias sociales y económicas por la dura sacudida del covid.

El país se enfrenta a una necesidad global de reconstrucción que abraza tanto la cuestión nacional como la compleja realidad económica y social. En cuanto al pleito político, resulta palmaria la dificultad del proceso de diálogo que ahora empieza: a una semana del inicio, ni siquiera hay fecha para la reunión o confirmación de los protagonistas. En los dos lados hay escepticismo y, en algunos casos, explícitas ganas de ir directamente al fracaso. Pero hay que darle una oportunidad. No hace tanto tiempo del "sit & talk" que el soberanismo reclamaba al Estado. Si no es por convicción, que sea por estrategia y por sentido de la responsabilidad. Sobre todo porque no hay alternativas que no pasen por una nueva rotura. El "cuanto peor, mejor" no es viable. Entre otras cosas, porque al trauma político se le ha sumado este último año y medio el descalabro de la pandemia, que ha dejado a la sociedad catalana al límite de sus fuerzas, con altos índice de precariedad. En este sentido, pues, también es muy necesaria la reconstrucción: en el mundo de la salud, en las escuelas, en las empresas, en las familias, en la cultura, en el ámbito de la lengua... Todo el mundo necesita un respiro, un camino mínimamente transitable.

Una tercera pata de la reconstrucción tiene que ser el fortalecimiento democrático ante el involucionismo autoritario con el que amenaza la ultraderecha, en especial frente al independentismo catalán, pero no solo. Hay que seguir denunciando la judicialización de la política con la que se ha querido silenciar el clamor democrático soberanista. Y, por otro lado, los aires populistas que recorren el mundo han hecho mella más allá de la derecha extrema. La necesaria y legítima crítica a la clase política y a las instituciones, la exigencia de transparencia y de rendimiento de cuentas, no se pueden confundir con la antipolítica, con poner a todos los servidores públicos en el mismo saco. A pesar de errores y dudas, la respuesta al virus ha supuesto un serio compromiso de muchas personas que se han encontrado al frente de las instituciones, igual que han hecho una gran mayoría de ciudadanos.

La Diada del 2021 no puede ser, pues, la del lamento, el desahogo y la división. Tiene que ser una Diada de la exigencia. Hay mucho por hacer, mucho por construir. Sin atajos mágicos pero sin renuncias.

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