La discriminación de celíacos e intolerantes

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Un camarero atiende a los clientes en un restaurante de la Rambla de Barcelona.

Tanto que hablamos de inclusión de todo tipo de colectivos por razón de raza, nacionalidad, orientación sexual o edad, quizás ya deberíamos ponernos serios con la más que indignante exclusión social de las personas que padecen alergias o intolerancias alimentarias: gluten, lactosa y fructosa...

Varios estudios demuestran que el coste de tener un miembro familiar en esta situación supera los mil euros anuales. Si es más de un familiar, el presupuesto de alimentación es un 30% superior. En algunas familias (me sucede en mi propio hogar), la alergia es tan severa que un error supone un ingreso hospitalario. Por seguridad, todos los miembros debemos evitar el gluten y la lactosa. Eso sí, alternando su ingesta en otros sitios para no desarrollar la intolerancia.

En España, se calcula que hay entre medio millón y novecientos mil celíacos. En lactosa, es muy superior, afectando a más de una de cada cinco personas. Sobre fructosa, existe un abanico enorme de situaciones y es muy difícil establecer una estadística.

No hay ningún tipo de ayuda estatal. Sólo algunas comunidades autónomas, como Castilla-La Mancha, o mutualidades, como la Mutualidad de Funcionarios Civiles del Estado, ofrecen una subvención para paliar el gasto que suponen estos trastornos.

Por otra parte, tenemos el desigual tratamiento de este problema en gran parte del sector de la hostelería. Se ha avanzado mucho, pero te encuentras o profesionales perfectamente informados, concienciados y preparados o quienes obvian completamente la cuestión. Es, sin duda, un caso flagrante de exclusión social, porque te ves impedido acceder a un lugar público de restauración como si fueras un discapacitado que no puede entrar en un bar sin rampas de acceso.

¿Exclusión? Es evidente el descrédito o molestia con que todavía se reacciona frente a consumidores o clientes con intolerancias y alergias. Como si fueran maniáticos o caprichosos, equiparándolo a una decisión voluntaria del tipo “no quiero comer pescado o carne”. Hay muchos supermercados en los que es imposible encontrar productos sin lactosa o sin gluten.

Se va avanzando, pero la ayuda estatal nunca llegará. Demasiados millones de casos. Pero entonces… ¿por qué estos precios si las economías de escalera ya son posibles para los fabricantes?

Además de una evidente exclusión, un gran misterio económico, ¿no lo creen?

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