De momento, y tras el alboroto, la literatura catalana y castellana se quedan en segundo de bachillerato para quienes hagan humanidades. Los científicos, en cambio, comen las nuevas ideas, como fusionar física y química. La idea es la misma de esas furgonetas que vemos por la calle que llevan escrito el logotipo "Hostalería y espectáculos".
Reducir horas de materias e ir haciendo de optativas, de tres meses en tres meses, es una manera de no profundizar en nada. Alguien debe pensar que los pobres jóvenes deben ir probando (dinámicamente). Ahora matemáticas aplicadas, ahora, emprendeduría... Que no se aburran, que no se frustren. Aprobémoslos. Hagámosles ese favor.
Pero estudiar, cómo escribir, cómo vender, cómo maquillar, cómo hacer teatro o cómo ser maestro no siempre es divertido. Tiene una parte pesada, de esfuerzo, de disciplina infame, de tedio. Estudiar no es sólo comprender el mundo, al igual que correr no es sólo llegar a la meta. Existe la parte de músculo. Fregar platos y cambiar el papel del inodoro es ser cocinero, tener frío y ganas de detenerse es ser maratoniano, no levantar el culo de la silla, repasar, corregir errores y faltas, leerlo todo, obligarse a mirar el horizonte cada hora es ser escritor. Y memorizar y realizar ejercicios es ser estudiante. Es como si todos los trabajos del mundo tuvieran que costar esfuerzo salvo éste.
Algunos políticos y algunos padres consideran, en estos momentos, que los maestros están desfasados, que no se han reinventado lo suficiente. Se caricaturiza y demoniza un sistema de enseñar: la clase magistral. Entonces los alumnos buscan clases magistrales en YouTube. La escuela es el único sitio del mundo donde el aburrimiento no es tolerable y el único lugar del mundo donde los usuarios pueden elegir qué quieren hacer. Los maestros son los nuevos lindos. Su trabajo es divertir y entretener a los reyes de la casa.