Educación: en defensa del talento (II)

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Fachada del edificio histórico de la Universidad de Barcelona.

Se dice a menudo que vivimos en la sociedad de la información. Yo prefiero hablar de capitalismo cognitivo, que es el capitalismo realmente existente.

El capitalismo ha mutado de material a cognitivo y la creación de valor ha pasado del músculo al cerebro. El conocimiento es el petróleo del futuro. Pero a medida que esta mutación avanza, se ha ido creando una élite cognitiva cada vez más poderosa y con tendencia a encerrarse en sí misma. La forma de impedir que acabe cuajando en una casta social es reforzar y valorar la cultura común. Si no tuviéramos particularismo alguno, si todos fuéramos ciudadanos de un mundo sin etiquetas singularizadoras, ¿qué argumentos no monetarios tendríamos para atraer y retener el talento?

Pero no basta con poner de manifiesto la diferencia de nuestra cultura común; hay que poner de manifiesto también su capacidad para permitir la comunicación eficiente entre los expertos de diferentes campos y entre éstos y los no expertos. La cultura común debe ser la lengua franca de una comunidad. Es necesario, pues, estimular el conocimiento poderoso.

Cada vez que empleo esta expresión (creada por el laborista británico Michael Young) en una charla con docentes hay alguien que se siente molesto, si no directamente ofendido. Pero por conocimiento poderoso entiendo, sobre todo, un vocabulario conceptual que trascienda los límites de la experiencia cotidiana y sea capaz de contarla. Es, por ejemplo, lo que empiezan a asumir los jóvenes de 15 años que se encuentran en los dos niveles superiores de resultados de PISA, que se caracteriza, según la OCDE, por la capacidad de aplicación de “estrategias sistemáticas y bien configuradas de resolución de problemas”. En Corea del Sur están el 22% de los alumnos; en Japón, el 23%; en Suiza, el 16%; en Cataluña, el 5%. Algunos economistas de la educación como Eric Hanushek advierten que un aumento de 10 puntos porcentuales en la proporción de estudiantes con alto rendimiento está asociado con 1,3 puntos porcentuales de crecimiento anual del PIB. Tenemos pues un amplio margen de mejora... siempre que el talento no se vea forzado a emigrar.

The Economist insiste en la implacable competición mundial por el talento. El 15 de agosto del 2024, advertía que si el talento es valioso, lo es por su escasez. Ésta es la razón de una “creciente competencia internacional por los mejores y más brillantes inmigrantes” es decir, por los técnicos y científicos más cualificados. Algunos hablan de “global battle for talent”, en la que países como Suiza, Singapur, Dubai, Luxemburgo, Estados Unidos, Arabia Saudí o China parecen haberse dado cuenta muy bien de lo que está en juego.

Donald Trump promete conceder una tarjeta de residencia en Estados Unidos a los graduados en las universidades estadounidenses. Las políticas de inmigración –dice– deben ser más selectivas que incondicionalmente restrictivas. Sabe que algunas estimaciones consideran que Estados Unidos pierde más de 150.000 millones de dólares cada año por falta de talento técnico.

La batalla por el talento es real, no una metáfora, y tendrá efectos determinantes en la competencia económica. Quien sepa estimular el talento propio e importar talento foráneo, obtendrá una gran ventaja competitiva.

En España, sólo el 27% de nuestros inmigrantes de fuera de la UE de entre 25 y 64 años tienen una titulación superior. Es una de las tasas más bajas de toda la UE. Atraemos mayoritariamente a profesionales de bajo nivel. Y recordemos que en la famosa lista de Shanghái, la UB figura en el tenedor 151-200.

El conocimiento poderoso no se adquiere románticamente mediante la autoconstrucción por parte de cada alumno de su conocimiento, sino con el esfuerzo intelectual sostenido en una cultura que fomente el saber. En Estados Unidos el 55,7% de los innovadores tiene un doctorado; el 21,8%, un master, y el 19,6%, una licenciatura. Más de la mitad son ingenieros. El 46% son inmigrantes o hijos inmigrantes. El 57% trabajan en empresas con más de 500 empleados, mientras que un 12% lo hacen en empresas con entre 100 y 500 empleados, siendo su edad media de 47 años. La imagen del innovador aislado es un mito.

En 1944 Dewey –padre del innovacionismo pedagógico– declaró que “el mundo avanza a un ritmo vertiginoso, pero nadie sabe hacia dónde, por lo que no debemos preparar a nuestros hijos para el mundo del pasado, ni para el nuestro mundo, sino para su mundo, el mundo del futuro”. No dejemos de repetir esta idea. Pero desde 1944 los países más capacitados para hacer frente al futuro han sido quienes fomentan la cultura común, especialmente si entre sus valores se encuentra la alta consideración de los risk takers (que eran un rasgo característico de la cultura emprendedora catalana).

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