Educación: en defensa del talento (I)

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Biblioteca con niños de secundaria

En educación hemos decidido medirnos por la altura de nuestras intenciones. Y si los resultados no nos acompañan, ¡peor por los resultados! Quien sale ganando con esta actitud es la mermelada sentimental que ha invadido la pedagogía; quien sale perdiendo es la cultura común. Tenemos, educativamente hablando, un partido único. No existe oposición. Puede disentirse en los detalles, pero no en la vigencia de lo que Jordi Sales llamó el “nacional-constructivismo”.

Somos antielitistas, aunque a menudo nuestro antielitismo no es más que una manera chapucera de enmascarar nuestro antiintelectualismo. Defender el talento nos resulta afrontoso porque lo vemos como un ataque a la sacrosanta equidad, un concepto, por cierto, tan ambiguo que el sistema educativo de Costa Rica es considerado uno de los más equitativos del mundo precisamente porque las tres cuartas partes de su alumnado se encuentran en las dos franjas inferiores de PISA, disfrutando de una equitativa mediocridad.

Si quieres equidad ambiciosa (la que estira a todos hacia arriba), empieza estimulando la aspiración colectiva a la excelencia, no rebajes ni contenidos ni expectativas, invierte en buenos maestros, frena la indisciplina (que penaliza especialmente a los alumnos pobres ) y saca la financiación de donde sea necesario. Es necesario hacer de la equidad ambiciosa un compromiso firme para la mejora de la cultura común.

Por cultura común entiendo una historia compartida; un fondo asequible de conocimientos, de vocabulario, de referencias culturales; cierta intuición colectiva basada en reacciones espontáneas a experiencias compartidas; un sentido de la copertinenza; una vocación de transmitir a las nuevas generaciones lo mejor de nuestra herencia... En definitiva, la cultura común es lo que permite que una sociedad que ha hecho del pluralismo un valor constitucional supremo siga siendo una en su rica diversidad.

¿Cuánto pluralismo puede aceptar una comunidad que quiere ser una? Es decir, ¿cuánta inclusión puede soportar?

La inclusión es un reconocimiento explícito del valor de la diferencia. De acuerdo con su lógica, no es el diferente quien debe adaptarse a la cultura común, sino la cultura común la que debe acoger la diferencia. Es una revuelta de la singularidad contra el canon. Si la diferencia no puede medirse con ningún criterio objetivo sin provocar discriminación, todo tiene el mismo valor. La equidad es una lealtad polígama a la cultura común. Aquí encontramos una de las razones del antielitismo. Ahora bien, si la cultura común proporciona el contexto implícito en la comunicación ciudadana, la compresión mutua no es inmune a su alteración.

Comprender es saber ubicar una información en su contexto. Por esta razón, para fomentar la comprensión lectora es necesario algo más que aburridos ejercicios sobre la idea principal y las secundarias. Es necesario un dominio compartido de al menos dos contextos, el del emisor y el del receptor, que nos haga asequibles los sentidos supuestos y no declarados explícitamente. A esta empatía contextualizadora Michael Tomasello le ha llamado “intencionalidad compartida”.

Insisto: para comprender un texto necesitamos conocimientos exteriores al texto que se dan por adquiridos. Pensamos en todo lo implícito en esta frase: “Julieta vino expresamente a la pastelería a decirme que, antes de rifar la toya, rifarían cafeteras”. Su comprensión depende casi en su totalidad de lo que no se dice. No es de extrañar, pues, que un mal lector aficionado al fútbol entienda una crónica deportiva mejor que un buen lector ignorante del mundo futbolero.

Ciertamente, los contextos no son estáticos, evolucionan a diferentes ritmos (piense en los vocabularios de diferentes generaciones), pero precisamente por eso educar es ampliar mundos, capacitar al alumno para moverse con soltura en diferentes contextos haciendo uso de los registros pertinentes. En internet hay millones de textos, pero, para entenderlos, necesito un criterio contextual que, si no lo tengo, no lo encontraré en la red.

Si en la escuela le dicen que la memoria ya no es importante, desconfíe de la profesionalidad de esta escuela. La memoria personal y la nueva información son como dos tiras de velcro. Una (la memoria) tiene ganchos diminutos que se acoplan a los bucles diminutos de la otra (el texto). Cuanto más ganchos, mayor facilidad de comprensión. Por eso la comprensión lectora no es una competencia general. No es como ir en bici, que se aprende y no olvida. Capacitarse para la comprensión es para el hombre culto la tarea de una vida. Y esto es, hoy, en la era del capitalismo cognitivo y de la creciente diversidad de contextos, más cierto que nunca.

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