Ejecutado con nitrógeno

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Guardias en la puerta del correccional WC Coleman donde el estado de Alabama ejecutó Kenneth Eugene Smith el 25 de enero de 2024.

Víctor Hugo en El último día de un condenado (1828), un alegato único contra la pena de muerte, dice en boca del prisionero sentenciado a la guillotina "¡Si al menos supiera cómo va y de qué manera se muere! Pero es horroroso, no lo sé". La voz de este hombre aterrorizado se ensambla con la de Kenneth Smith, el recluso de Alabama ejecutado la semana pasada con un nuevo método experimental, la asfixia por inhalación de nitrógeno. Días antes de que le aplicaran la pena capital declaró "Estoy asustado, siento pánico". Smith, que había pasado treinta y seis años en el corredor de la muerte, estaba angustiado ante la segunda visita a la sala de ejecución. En 2022 había sobrevivido a un primer intento con inyección letal. Esperando la muerte, atado de manos y pies, vivió cuatro horas de sufrimiento macabro.

Esta vez el combustible que ha encendido el fuego de la pena de muerte en Estados Unidos ha sido la introducción de este nuevo método de ejecución, pretendidamente "más humano" que el combinado de fármacos letales. El fiscal general de Alabama, Steve Marshall, finalizado el proceso dijo que se había comprobado "su humanidad". Hacer trampa con las palabras no cambia lo ocurrido. Cualquier método de ejecución es inhumano, porque la condena, por naturaleza, es ya inhumana. Ningún crimen justifica otro crimen.

La ejecución en EEUU ha coincidido con la condena a la horca del japonés que incendió un edificio en Kioto donde murieron 36 personas. Estos dos países, miembros del G-7, no tienen suficiente con el poder económico que se arrogan también el poder de disponer de la vida de los demás. Pero las llamas de la pena de muerte según Amnistía Internacional se extienden, y por ese orden, hacia China, Irán, Arabia Saudí, Irak y Egipto, dejando al menos 883 víctimas en el 2022. La China sigue liderando las ejecuciones, que crecen en Irán y Arabia Saudí. En este último país es donde hacemos rodar la pelota a precio de oro, en un espectáculo que blanquea a las cabezas que ruedan.

La pena de muerte es inmoral, injusta e inútil. La vida humana es un derecho inalienable que el cuerpo legal de todo estado debe proteger. Matar a sangre fría, con la ley en la mano, es confundir la justicia con la venganza. Además, se sabe que esta medida es poco disuasoria contra el crimen. Abolir la pena capital es un deber de la humanidad, porque no sólo lesiona la vida de los condenados a muerte, sino que también daña profundamente la dignidad de quienes la justifican y practican.

El condenado a muerte de la novela de Victor Hugo no puede quitarse de la cabeza la idea de cómo le harán morir en esa máquina monstruosa con nombre de médico: "Dicen que no es nada, que no se sufre, que es un fin dulce, que la muerte de esta manera es bien simplificada.[...] ¿Están seguros de que no se sufre?¿Quién se lo ha dicho?¿Se ha oído nunca decir que una cabeza cortada se haya levantado sangriento sobre la cesta, y que haya dicho al pueblo: ¿esto no duele?". Los testigos de la ejecución con nitrógeno de Smith dicen que estuvo varios minutos con estremecimientos y temblores violentos antes de morir. La barbarie siempre duele.

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