Enfangados
Hemos visto riadas violentas que parecían una de esas películas de catástrofes. Hemos visto pueblos destruidos y paisajes irreconocibles que podían ser capítulos de una serie apocalíptica. Hemos visto expresiones desencajadas y ojos llenos de desesperación que hacían pensar en filmes de terror. Pero no era ficción. Las imágenes y los testigos eran muy reales y nos llegaban de cerca.
Ha pasado una semana –¡una semana, con sus días y sus noches!– y he dejado para el último momento la tarea de escribir este artículo. Por un lado, me da la sensación de que ya se ha dicho todo lo que podía decirse y que las palabras –tragedia, desastre, indignación– ya no me servirán. Pero por otra sé que no podría escribir sobre otra cosa.
Cuando la realidad es tan dura y tan impactante, la mente nos impide huir y no puedes pensar en otra cosa, no puedes escribir sobre otra cosa. Estos días no podíamos oír un trueno, o el rumor de la lluvia, ni siquiera ver un cielo nublado, sin notar cómo el corazón se encogía.
Y, sin embargo, repetimos los errores y pensamos aunque esto, a nosotros, no nos puede pasar, no nos pasará nunca. Confortablemente protegidos en casa, en nuestra vida hecha de libros y celebraciones, fotografías y facturas, teléfonos móviles y elecciones americanas, nos compadecemos de las víctimas del País Valenciano como si nosotros no estuviéramos expuestos a desgracias similares.
Las inundaciones de estos días nos han puesto delante todas las injusticias, el cinismo, la falta de escrúpulos y las mezquindades. Imposible no verlo, pero me cuesta imaginar que reaccionamos de verdad. Tampoco sabemos mucho cómo hacerlo. No sabemos de quién debemos fiarnos y de quién no. Ni lo que parecen evidencias acaban siendo verdades.
Sólo sabemos que el cielo se va oscureciendo, las nubes de tormenta están cada vez más cerca, pero estamos desconcertados y nos resistimos a ser conscientes del todo y actuar en consecuencia.
Apenas ayer este diario publicaba algunas imágenes que nos acercaban detalles de la tragedia: después de las vistas aéreas con las carreteras anegadas o los puentes desguazados, podemos fijarnos ahora en unas uñas llenas de barro, en una mujer que se debe tapar la nariz para protegerse del peor de los malos olores o en una colección de fotografías embadurnadas.
Quizá esta última imagen sea la más representativa de los hechos del País Valenciano: fotografías de una familia, que podrían ser las nuestras, recortes de vidas que han quedado enlotadas. Sonrisas infantiles llenas de barro.
Las personas que han vivido el terror deben reconstruirse desde el punto de vista material y económico, emocional si han sufrido pérdidas familiares y psicológico para superar el trauma inevitable. Si nosotros miramos el cielo oscurecido y tenemos miedo, ¿qué sentirán ellos cada vez que empiece a llover?
Estamos indignados, asustados y desolados, y aún tenemos que aceptar con impotencia el triste espectáculo de la batalla política, más embarrada que las calles de Paiporta. Desde la indefensión, debemos esforzarnos por distinguir el grano de la paja, porque todo el mundo quiere manipularnos y algunas veces salen adelante.
Apenas empezamos una semana que será muy difícil de pasar. Será complicada para todos los que ha ido al País Valenciano y lo está viviendo de cerca –¡gracias!– y también para los que nos vamos tragando la impotencia de no poder consolar, ayudar ni abrazar a nadie.