El vía crucis de comprar entradas por internet
11/12/2025
Periodista
3 min

Conseguir entradas se ha convertido en una de las competiciones más estresantes de los últimos tiempos. Tanto si son de pago como si son gratis. Claro que todavía quedan muchos espectáculos que querrían poner el cartel de entradas agotadas, pero la sensación de que nos lo estamos perdiendo todo porque no estamos lo suficiente al caso ni vamos suficientemente rápidamente es cada vez mayor. Antes, las colas eran físicas, la gente se levantaba muy temprano o dormía en la calle para conseguir una entrada para un concierto. Ahora, las colas son virtuales, la gente espera en pijama en casa frente a un cartel que sale a su ordenador y que indica qué número tiene en una cola interminable. La lotería tecnológica decidirá si has tenido suerte o si te derrumba el día no haber podido conseguir el ticket para un evento único que pasará dentro de un año. O más. Porque la improvisación ha muerto. Y nosotros, quizás antes de asistir al espectáculo, también. Pero lo importante es haber logrado las entradas.

Los jóvenes hablan de FOMO, que naturalmente viene del inglés, no sea caso, y son las siglas de Fear of Missing Out. Entre nosotros, en catalán de siempre, es ese miedo a habernos perdido el espectáculo que está en boca de todos y, por tanto, el miedo a quedarnos fuera del grupo al que queremos pertenecer. Hablar con siglas hace siglos que algunas ya hemos quedado fuera, también. Entre otras cosas porque es una moda espantosa. De vez en cuando, convendría que se impusiera alguna moda de buen gusto para poder añadirnos con alegría. Pero desde que se aceptó el chándal como traje común callejero, el gusto de la sociedad actual ha ido bajando las escaleras del estético para acabar estando a la altura de las luces de Navidad de la calle Aragó de Barcelona. En cualquier caso, y dando por perdida la recuperación del buen gusto, debemos aceptar también que no estaremos siempre donde quisiéramos, que la oferta es mucha y el tiempo es limitado. Es muy satisfactorio para cualquier artista llenar estadios y teatros. Nada en contra de eso, en absoluto.

Pero cada vez las entradas quieren más rápidamente. En breve durarán menos que la conversación con un adolescente.

Hoy, en esta era de redes traicioneras, te enteras mucho más que antes de que has quedado fuera de algo, porque antes la información circulaba por menos canales y era más limitada. De hecho, a menudo venía de tu entorno, que te comentaba algo que había visto y te hacía notar, a veces con un tono de excesiva victoria, que tú te lo habías perdido. Y tú te sentías mal un rato pero enseguida te rehacías. Ahora, sin embargo, el entorno es inmenso y abrumador. Y la angustia, mayor. Da igual si no has triunfado en la preventa de los conciertos de Rosalía (preventa, otro estrés añadido, un tema por sí mismo) o en la venta general, o si no has conseguido una entrada gratuita para ir a la Fábrica de Juguetes de la Fabra y Coats, que también han desaparecido en un tiempo récord. La cuestión es que has quedado fuera, pese a entrar en la carrera. Lo importante nunca ha sido participar. Por eso nos cabreamos tantas veces. No tenemos suficiente con la opción de haberlo intentado. Nos cuesta elegir la opción de relajarnos, de pensar que somos mucha gente, demasiado, y que mientras unos están asistiendo al evento del año, nuestra vida sigue teniendo un valor extraordinario. O no. Porque de la misma forma que el evento del año no tiene por qué serlo, nuestra existencia no debe consistir en estar todo el día buscando las experiencias que se supone que son las más extraordinarias. Es muy cansado competir con los demás y con nosotros mismos. Al final, las entradas están agotadas, y nosotros, exhaustos.

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