Qué envidia de hijos
David Miró entrevistaba a Ignacio Garriga (el de Vox que vive en Sant Cugat) a propósito de las palabras del arzobispo de Tarragona, que se lamentó de que "un xenófobo no puede ser un buen cristiano". En un momento de la conversación, el hombre decía esto: "Yo quiero que, en unos años, mis hijos sigan pudiendo disfrutar de las fiestas tradicionales, de las sardanas, y que no sean sustituidas por la fiesta del sacrificio del cordero o el Ramadán. No es un discurso en contra de nadie, es un discurso de defensa de nuestra identidad".
A ver, centrémonos. Garriga quiere que sus hijos sigan disfrutando de las fiestas tradicionales, de las sardanas. Si dice "continúen" significa que ya lo están haciendo? ¿Cómo lo ha logrado? ¿Con qué métodos? Me interesa mucho, porque mi hija amada, así como todos sus condiscípulos, habría preferido ir a picar piedra a Siberia que hacer un baile en el que los músicos tocan instrumentos no enchufados y que para ejecutarlo se debe contar. No es culpa de la sardana. La jota les habría parecido aún peor, y ya no digamos el vals. Todas las fiestas tradicionales catalanas son un aburrimiento, como debe ser, salvo una: el tió, que es imbatible (porque contiene violencia gratuita y escatología).
Garriga, pues, que tiene unos hijos excepcionales, no quiere que estas fiestas nuestras sean sustituidas por "la fiesta del sacrificio del cordero o el Ramadán". Claro, no sería bonito que en la plaza de San Kevin de Vallfosca echaran la copla y, allí al entablado, se pusieran a matar corderos de cara a Dubai. Pero, si esto ocurriera, pronto la fiesta del cordero que habría acabado con las sardanas sería sustituida por el Oktoberfest en el mismo entablado. Y, en cuanto al Ramadán, ni nos daríamos cuenta, si un día sustituyera a las añoradas sardanas, acostumbrados como estamos a que ahora todas las modelos hagan "ayuno intermitente", que viene a ser un poco lo mismo.