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Jordi Évole, en una entrevista en el 'Colapso'.

Cuando, hablando de TV3, Jordi Évole le pregunta a Ricard Ustrell en el Col·lapse qué problema hay con españolizarse, la respuesta comienza por una previa fundamental: ¿qué significa españolizarse? Porque si Catalunya es España, ya no es necesario españolizarse, en la línea de aquella definición que catalanes no independentistas han hecho suya de "ser catalán es mi forma de ser español". Pero todo el mundo sabe que, en la acepción más usada, españolizarse siempre ha significado castellanizarse, ir reduciendo, por lo civil o por lo criminal, una realidad nacional en un matiz regional, en un acento particular de una misma identidad general. Españolizar, casi siempre, ha significado descatalanizar, como el que arranca una costra.

Si lo ponemos en términos lingüísticos, es evidente. ¿Puede España aceptar con agrado que, en tanto que lengua española, todo el mundo en Catalunya tenga el deber constitucional de conocer el catalán, como ocurre con el castellano? Hasta ahora, la experiencia de siglos indica todo lo contrario. O en términos de construcción territorial, tuvo que ser el Banco Mundial el que le dijera a España hace sesenta años que lo que más le convenía a su economía era que la primera autopista la hiciera por el Mediterráneo. Lo mismo que tuvo que decirle la UE cuando el Corredor Mediterráneo tenía que pasar por la Meseta. Españolizarse, en Catalunya, a menudo significa supeditarse a un interés que no es el propio y que puede ser el contrario.

Todo ello, sin perder de vista que la vida catalana ya está españolizada por vínculos de todo tipo con el resto de la Península Ibérica, algunos totalmente naturales, y otros porque no hay más remedio. Incluso un catalán que solo vea TV3 está perfectamente informado de qué se cuece en la política, la música, la literatura o la justicia españolas. Tanto si el juez se llama García-Castellón como si se llama Hernández Hernández.

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