El espejo agrietado

1. Política.La presidenta del Parlament tenía un plan de desobediencia colectiva –“una propuesta ambiciosa”– pero no sabemos cuál, quería mantener el acta de Juvillà pero no lo hizo. Y ni siquiera sabemos si cuando todavía defendía la desobediencia ya sabía que Juvillà ya no era diputado. Evidentemente, si no hizo lo que quería hacer es por culpa de los demás: ERC y la CUP, en este caso. Por lo tanto, no se considera responsable de no haber hecho lo que quería hacer. Más todavía: se presenta como víctima de una trampa de la CUP para “sacrificarla”. Conclusión: promete, no cumple y, evidentemente, no tiene ninguna responsabilidad: maldad de los vecinos. Todo ello parece un trabalenguas, pero no: es política.

La política hace visible, porque lo pone en el escenario público y por lo tanto a la vista de todo el mundo, un elemento estructural de la condición humana: el poder, que es constitutivo de cualquier relación. En las parejas, en las familias, en los trabajos, en las escuelas, por todas partes, reina la tensión de las diferencias de potencial, y gran parte de las creaciones simbólicas están destinadas a edulcorarlas. En la medida en que el poder del Estado es el más visible y de alguna manera nos concierne a todos, al menos en democracia, las estridencias de los que mandan tienen más impacto. Sobre todo en momentos en los que se puede haber llegado a creer que había un objetivo compartido que se situaba por encima de los intereses personales y de grupo. Pero pugnas hay siempre, por mucho que en algunos momentos puedan quedar en estado más o menos latente, y acaban haciéndose más evidentes en los momentos de crisis, cuando el espejismo, que parecía soldar las diferentes piezas de un movimiento político, decae.

Cargando
No hay anuncios

En realidad, tensiones ha habido en todo el recorrido del Procés, la diferencia es que en determinados momentos la ilusión, primero, y la gravedad, después, ayudaban a silenciarlas. El espejo se ha agrietado cuando se ha entrado en fase de frustración. Y las figuras se ven raras. No vale escandalizarse, la lucha por el poder está y estará. Y si la democracia es el mejor de los sistemas posibles es porque, si funciona, hace difícil el mantenimiento de los grandes tabúes bajo los cuales se esconden las lógicas de dominación y poder, y hace posible el debate sobre las ilusiones, los proyectos y las frustraciones.

2. Vecindad. En un momento de parada como el actual, en el que se está haciendo la digestión de las frustraciones generadas por las consecuencias represivas y sociales de un embate del cual se perdió el control por un cálculo errado de las fuerzas, no nos tiene que sorprender que la lucha por el poder dentro del mismo independentismo aflore. Y más en la medida en que los partidos que se declaran independentistas obviamente se disputan entre ellos los espacios electorales, y dentro de ellos las cuotas de poder. Todo el mundo sabe y es profecía que Laura Borràs tiene legítimas aspiraciones dentro de JxCat, y no es la única; que culpar a los socios de cualquier susto es una estrategia defensiva elemental; que vienen batallas electorales (empezando por las municipales) en las que serán rivales, y que es evidente que el espacio político independentista inevitablemente se remodelará en la medida que el objetivo de máximos pierde peso frente a los intereses económicos y sociales de las diferentes familias ideológicas, y que la dialéctica identitaria (unionistas/independentistas) se hará más compleja con las diferentes decantaciones de la lógica derechas/izquierdas en un tiempo en que el ecologismo y el feminismo están rompiendo esquemas como fuerzas del cambio.

Cargando
No hay anuncios

En este marco, lo que sería deseable es una cierta exigencia de claridad. No vale hacerse un lío. Y no lleva a ninguna parte erigirse en guardián de las esencias y culpar a los demás de aquello que se está asumiendo que no se es capaz de hacer. ¿Tan difícil es explicar que en el juego de ganancias y pérdidas hay gestos simbólicos que tienen riesgos que no compensan sus efectos? Ir levantando la bandera para después acabar arriándola sin otra explicación que transferir el fracaso al vecino no hace más que aumentar la frustración y la desconfianza.