Etiopía y el turismo del peligro

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Mujeres soldado cautivas en Mekele, capital de la región de Tigray, en Etiopía, en julio de 2021.

Antes de entrar en materia, quisiera dejar claro que espero de corazón que todos los turistas que quedaron atrapados en Etiopía hayan podido regresar a su casa, o que puedan hacerlo en breve. Aclarado ese deseo, me gustaría centrar esta columna en la estupefacción que me despierta este tipo de turismo que, bajo el pretexto de la aventura radical, apuesta por una forma de temeridad absurda y pone trabas a la empatía ajena cuando las cosas no salen bien.

Sabe mal mostrarse severos con individuos que sufren, e incluso los dramas surgidos de la irresponsabilidad pueden conmovernos. En el caso de los turistas mencionados, parece que la agencia encargada de organizar el viaje no les proporcionó una información demasiado exhaustiva en cuanto a la situación del lugar que visitaban. Esta circunstancia podría servir de atenuante para un juicio más implacable. Ahora bien, aceptado incluso este marco, la decisión de viajar a un país en conflicto es difícil de digerir si asumimos que los viajeros tenían otros recursos para averiguar dónde se metían cuando eligieron ese destino para las vacaciones.

Si, en un ejercicio de benevolencia, quisieran descartarse o mitigarse las irresponsabilidades individuales —de los turistas— y empresarial —de la agencia de viajes— que confluyen en esta coyuntura, todavía nos quedaría margen para analizar toda una serie de elementos que muy a menudo son inherentes a ese tipo de viajes. Por un lado, la banalización de las durísimas condiciones de vida de determinados destinos, que tanto puede traducirse en una falta de interés para informarse como en una actitud desenfadada, peterpanesca, iupi-iaia, según la cual el riesgo de tragedia atrae en dosis controladas y el peligro se vive con una perspectiva voyeurista que se acerca al drama desde un cómodo asiento de autobús. Por otro, ese no-sé-qué de frivolidad que impregna la moda de los viajes a países donde nadie querría vivir: las aventuras de diez o quince días que, bajo una pátina de épica, adrenalina o profundidad existencial, se convierten en una forma más de postureo que nace y muere en las redes sociales.

De la misma manera que, en Instagram, las fotos queridamente feas y desenfocadas han tomado el protagonismo en las composiciones simétricas con filtros, los viajes seguros a los destinos de toda la vida parecen poco al lado de las alternativas lejanas, a menudo subdesarrolladas, que nos recuerdan nuestros privilegios a la vez que nos regalan una instantánea con animales exóticos y niños desnutridos: la foto subrayada por un comentario sobre el shock que ha supuesto la experiencia "brutal", sobre el cambio de paradigma que hace abrir los ojos y que obliga al viajero a relativizar los problemas del primer mundo.

En resumidas cuentas, y para volver al tema que nos ocupa, me da mucha pena que haya habido personas atrapadas en Etiopía estos días, pero me dan aún más pena las que quizás quieren salir y están ahí a la fuerza siempre, y sin haber pagado por pasar las vacaciones de verano.

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