La explotación sexual y la pandemia
Recientemente la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) ha emitido un informe sobre el impacto de la pandemia en las víctimas de trata de seres humanos (TSH). Creo que, aprovechando que este viernes es el Día Mundial contra la TSH, es imprescindible adentrarnos en esta grave problemática para conocer su estado actual.
En el informe una las conclusiones más destacadas apunta que los delincuentes responsables de los procesos de explotación han ajustado sus modelos de negocio a la llamada nueva normalidad desarrollando nuevos escaparates mediante, por ejemplo, el uso de las redes sociales, adaptándose a las nuevas demandas que se hacen a través de este canal o modificando los hábitos de sus clientes (forzados ahora por la situación pandémica a comprar cuerpos de mujeres en pisos y otros recintos cerrados). Estos prostituidores son un explotador más en la cadena de mercadeo y cosificación extrema de las mujeres. Estamos hablando de esclavitud moderna: en el caso de la explotación sexual (una de las formas de TSH) unos venden niñas, chicas o mujeres y otros las compran por unas horas, por unos días o para hacer con ellas y sus vidas lo que les plazca. Y sí, esto sigue pasando en nuestra casa. En el país que es conocido como el burdel del sur de Europa.
El informe de la UNODC incide también en el hecho que el impacto de la pandemia y las obligadas medidas de prevención han menguado la capacidad de maniobra de las autoridades y de las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la atención y la recuperación de las víctimas de TSH. Una realidad que se suma, lamentablemente, a una también forzada exposición a la misma enfermedad pero también a otros contextos de alto riesgo que se producen cuando las situaciones de vulnerabilidad devienen más extremas. Por ejemplo, la demanda de no utilizar condones, hecho que comporta más exposición a enfermedades de transmisión sexual (ETS) o embarazos porque muchos clientes aprovechan las situaciones de más necesidad económica de estas mujeres para obligarlas a prácticas de más riesgo, con un elevado impacto en su salud.
De lo que no cabe más ninguna duda es que los responsables de estos procesos de esclavitud moderna no han pensado ni por un segundo en parar sus lucrativas actividades por una cosa tan prosaica como las condiciones de vida o la salud de estas mujeres. Lo que a ojos sociales ha sido la desaparición de un problema, porque no se ve de forma tan evidente, no ha sido más que el aumento de su ocultación y, por lo tanto, su vulnerabilidad.
Al contrario de lo que se pueda llegar a pensar, la salida de estas mujeres del espacio público no hace más que empeorar sus ya extremas y miserables condiciones de vida.
Esta nueva invisibilización, basada en el desplazamiento de las víctimas de explotación sexual del espacio público al privado, se convierte, además, en un aliado de los mismos explotadores, en cuanto que dificulta enormemente el acceso a los servicios y entidades responsables de la detección y atención de las mujeres, que se han encontrado confinadas en espacios más violentos, cerrados y extremadamente controlados.
El covid no es el único responsable de todo, porque estas dinámicas de revictimización, basadas en la invisibilidad, no son nuevas. De hecho, esta pandemia solo ha amplificado un problema estructural que forma parte de nuestra sociedad y que siempre nos ha costado mirar frente a frente, pero ahora parece que incluso nos hemos creído que esto “ya no pasa, o no pasa tanto”.
De hecho, la presión social contra la TSH en Catalunya ha disminuido sensiblemente en los últimos años. Existe un principio perverso que afirma que lo que no se ve no existe. Lo que no existe no se tiene en cuenta y al final crea una falsa imagen de disminución de la incidencia del problema respecto a otras problemáticas.
Si las cifras en que tienen que basarse las estrategias o políticas públicas están sesgadas por esta invisibilización, será imposible también luchar contra esta extrema vulneración de los derechos humanos así como aumentar la conciencia social.
Las víctimas de TSH se enfrentan así a una nueva y más nociva versión de la esclavitud moderna, pendiente todavía de calificar.
Estas niñas, chicas o mujeres no saldrán a manifestarse por sus derechos, ni harán visible la situación de explotación, porque suficiente trabajo tienen con sobrevivir. Por eso lo que hace falta es que recojamos colectivamente esta lucha contra una de las violencias machistas más extremas. Una lucha por los derechos humanos para acabar con la esclavitud que se da por todas partes y que a la vez tenemos mucho más cerca de lo que nos creemos.