Lo que lamentablemente viven todos los días, desde hace casi dos años, los habitantes de la Franja de Gaza, aparte de las comparaciones que muchos medios han hecho del genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial, me ha hecho pensar en el exterminio de Masada. Me explico. Masada, proveniente del hebreo metsudano, que significa fortaleza, es una antigua fortificación situada en el desierto de Judea, con vistas al mar Muerto. Su estratégico emplazamiento, en lo alto de una meseta de roca aislada, la convierte en un idóneo refugio natural.
Así la usaron los gobernantes asmoneos de los siglos II-I antes de Cristo, pero fue Herodes el Grande quien la convirtió en una fortaleza única. El rey idumeo, proromano y de cultura helenista, vivía con el miedo en el cuerpo, consciente de que no era bien recibido por sus súbditos judíos.
Más adelante, en el año 70 dC, se convirtió en la caída de Jerusalén y la destrucción del templo. Masada se convirtió entonces en el último refugio de los revolucionarios judíos, los conocidos celotas. El historiador Flavi Josep describe a estos conmovedores hechos en su obra La guerra judía. Los celotas resistieron durante un año, con serias dificultades de agua y de comida, pero cuando los romanos estaban a punto de asaltar la fortaleza, eligieron cometer un suicidio en masa, en vez de ser capturados por el enemigo.
Después de esta atrocidad, Masada cayó en desuso, hasta que, a partir del año 1963, se iniciaron las excavaciones arqueológicas. En 2001 fue declarada Patrimonio de la Humanidad. En la actualidad, es el lugar para la jura solemne en la ceremonia de los soldados israelíes de una de las unidades armadas más de élite, que al terminar la ceremonia exclaman: "Masada no volverá a caer nunca más". Un clamor legítimo y justo que se incluye en la dimensión social irrenunciable de garantizar los derechos de los pueblos y, aún más, los derechos de las personas que deben poder tener los recursos necesarios para vivir disfrutando de paz y libertad.
A pesar de las divergencias históricas, la realidad se repite, aunque el poder cambie de bando. En Masada fueron las tropas romanas; en la Segunda Guerra Mundial, las tropas de Hitler, y ahora, en Gaza, las tropas israelíes. Es por eso mismo que el papa León XIV no se cansa de pedir una y otra vez, últimamente ante el propio presidente israelí, Isaac Herzog, que se haga todo lo necesario para "garantizar el pleno respeto del derecho humanitario y las legítimas aspiraciones de ambos pueblos".
Todos queremos disfrutar del mundo como nuestro hogar común. ¿Cómo lo haremos para no seguir sucumbiendo frente a la lucha exterminadora de las personas, de las naciones, de la humanidad? ¿Qué nos impide aprender de la historia? Recordemos lo que manifestó el papa Juan Pablo II ante la Unesco en el año 1980: "Educación es que el hombre se convierta cada vez más hombre. Que a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre. Por eso es necesario que el hombre sepa ser más, no sólo con los demás, sino para las demás." Por favor, sigamos educando para la paz y no para la guerra, ahora más que nunca.