Cómo frenar a la extrema derecha

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El candidato de Reagrupament Nacional, el partido de Marine Le Pen, en las elecciones europeas durante un acto de campaña en París.

Las próximas elecciones europeas, según los sondeos previos, pueden suponer un gran terremoto para Europa. Casi un siglo después de la enorme matanza y destrucción provocadas por el nazismo y el fascismo, vuelve en todas partes la amenaza de la extrema derecha. Para mi generación, la que vivió el franquismo y la difícil reconquista de la democracia, es muy difícil de comprender, sobre todo porque vemos crecer esta opción en sectores que, teóricamente, deberían rechazarla: en las generaciones jóvenes, crecidas en una sociedad mucho más libre que la que sufrimos, y en una parte importante de la clase trabajadora, aquella de la que habíamos esperado siempre la lucha por la igualdad y la libertad.

Tenemos que entender algunos de los movimientos de fondo que se están produciendo, justamente para tratar de contrarrestarlos. He aquí algunos apuntes sobre las causas de la subida de este nuevo fascismo, que plantea una diferencia fundamental con otras opciones políticas: aspira al supremacismo, a poner fin a la democracia por la fuerza, imponiendo un orden de expolio y muerte.

Primera pista. Tras la Segunda Guerra Mundial comienza un ciclo de lenta redistribución de la riqueza, que se va estancando a partir de los años ochenta. El estado del bienestar, la mejora de la educación, en Europa, crean nuevas oportunidades que suponen el abandono de planteamientos revolucionarios anteriores; ya todos somos iguales, según la ley. La realidad es diferente: la redistribución de la riqueza ha tendido a estancarse e incluso retroceder en los últimos años. ¿Dónde estamos ahora? En Europa –el continente menos desigualitario– el 10% más rico acapara el 56% de la propiedad privada y el 58% de la riqueza; el 50% más pobre, el 4% de la riqueza. Una distancia sideral. ¿Ha habido redistribución de la riqueza? Sí, entre el 10% más rico y el 40% intermedio: se ha creado una nueva clase media, basada sobre todo en los estudios y la profesionalización, que posee aproximadamente el 40% de la riqueza. Esta es la clase que defiende sobre todo la democracia, porque la ha favorecido, mientras que la clase trabajadora, el 50% más pobre, se ha beneficiado muy poco del aumento global de la riqueza, y últimamente la distancia se agrava. Los consejeros ejecutivos mejor pagados del Ibex 35 ganaron de media 4,71 millones el pasado año; sus empleados, 60.989 euros. Una proporción de 1 a 77, injustificable.

Segunda pista. Un principio general de la sociedad es que, cuando las cosas empeoran, las personas se vuelven conservadoras, porque ayer estaban mejor que hoy y temen que estarán peor mañana si todo sigue igual. ¿Quiénes son los más perjudicados en este momento? Indudablemente, la gente joven, que en España, en dos años, ha perdido un 8% de su renta y, como sabemos, no tiene acceso a la vivienda ni al trabajo en las condiciones que parecían normales. No solo en España: se trata de un fenómeno generalizado en la UE, que explica el desencanto de la política para mucha gente joven, la crítica a los gobernantes y la búsqueda de un nuevo sistema que mejore sus condiciones de vida. ¿Qué propuestas políticas tiene esta generación a su alcance que puedan ilusionarla?

Tercera pista. Ciertamente, las propuestas que pueden ilusionarla no son las antiguas propuestas revolucionarias de la izquierda, que para mi generación eran el evidente recurso. Una condición básica para un partido cuando se convierte en partido de gobierno es jugar dentro de las normas existentes: es lo que le ocurrió al PSOE y a gran parte de los partidos a su izquierda; o desaparecieron o se adaptaron. Hacia la izquierda, pues, ninguna propuesta realmente rompedora. No les queda sino mirar a la extrema derecha, excluida de los gobiernos durante tanto tiempo, lo que posibilita que se la idealice.

Y cuarta pista. Los gobiernos de izquierdas no han podido impedir la expansión de un capitalismo global en el que las multinacionales imponen sus normas por encima de los estados; y, muy limitados en temas económicos, han propiciado cambios culturales: feminismo, apoyo a los movimientos LGTBI, libertad sexual, cierta tolerancia en relación a la inmigración, algunas políticas para hacer frente al cambio climático y al desbarajuste ecológico. Son movimientos promovidos sobre todo por esta clase media progresista creada en los últimos 60 años. Pero estos progresos son a menudo mal recibidos por los perdedores de esta sociedad, hacen tambalear el arraigo, las identidades, los privilegios masculinos y las ventajas frente al inmigrante. Y estas son, ahora, las fisuras por donde avanza la extrema derecha, señalando a unos culpables y unos peligros que, a su juicio, hacen tambalear lo que somos, nuestra identidad. Pero las causas auténticas del malestar no son estas, sino el empobrecimiento de gran parte de la población.

Solo si conseguimos revertir las desigualdades podremos disfrutar, quizás, de otra época de paz y progreso.

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