Santiago Abascal durante el acto de Vox para celebrar el primer año en el Parlamento  de Cataluña, en el Auditorio de Cornellà de Llobregat.
26/08/2022
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He contado alguna vez que un importante exgobernante español me hizo un lúcido comentario a propósito de la cumbre de la OTAN que se celebró en Madrid a finales de junio. Fíjate en las caras de los presidentes, me dijo. Ya veremos cuántos siguen siéndolo dentro de un año, añadió.

 La profecía de mi interlocutor empezó a cumplirse muy pronto. El fotógrafo de la agencia Efe Andrés Ballesteros retrató a un apesadumbrado Mario Draghi, sentado en el museo del Prado, hablando por teléfono poco antes de tener que regresar apresuradamente a Italia para tratar de sofocar, sin éxito, una crisis de gobierno. El fracaso de Draghi fue también el fracaso de una Europa que asistía impotente a la caída de su tecnócrata preferido y a la convocatoria de elecciones en la tercera economía de la zona euro. Como todo el mundo sabe, las elecciones del próximo mes en Italia podrían llevar al consejo de ministros italiano a una alianza entre dos fuerzas de extrema derecha y el partido de Berlusconi. Casi nada…

Mi interlocutor, un político con mucha experiencia, era perfectamente consciente de que una guerra como la de Ucrania genera frentes internos ¿A qué nos referimos con frentes internos? Básicamente a los efectos sociales y políticos que la guerra genera en los diferentes países con implicados (aunque se ven grados diferentes) en el conflicto. En nuestro caso, que los países de la Unión hayan asumido que la dirección político-militar llamada a enfocar e intervenir sobre el conflicto ucraniano sea la OTAN está teniendo y tendrá implicaciones muy importantes en nuestros sistemas políticos. Lo de Italia y su previsible caída a los infiernos del autoritarismo es solo el principio. 

Al tiempo que los desastres humanitarios que provocan los combates en Ucrania van desapareciendo de las escaletas de los telediarios, se va normalizando que una inflación desbocada, una crisis energética que implicará la reducción del consumo de energía en el mejor de los casos y cortes de suministros en el peor y, en definitiva, una recesión económica pesada, definirán la moda otoño-invierno que se prepara en Europa. Al tiempo que la crisis climática ha aparecido este verano en toda su crudeza en forma de incendios con una capacidad destructora sin precedentes, se blanquean (o verdean) las energías contaminantes y se da marcha atrás a buena parte de las ya de por sí tímidas iniciativas para afrontar el cambio climático en Europa.

Con la OTAN señalando abiertamente a China como adversario y haciendo viajar a Pelosi a Taiwán en un acto de provocación que ni nuestra prensa más otanista pudo defender y con Josep Borrell desatado pidiendo poco menos que un esfuerzo militante a las poblaciones europeas para lograr la derrota de Putin, las posibilidades de una escalada de un conflicto en el que uno de los contendientes es una potencia nuclear, no hacen sino crecer. Que, en este contexto, la patronal y los sindicatos alemanes hayan unido sus fuerzas para advertir que, de continuar esta dinámica, la paz social se puede romper nada menos que en el corazón económico de la Unión, debería alertar a los defensores de la “estabilidad” de que podemos estar entrando en escenarios que la ya maltrecha institucionalidad europea no vaya a poder resistir.

Italia puede estar en manos de los ultras (muchos de ellos fervientes putinistas hasta hace bien poco) el mes que viene, pero, si atendemos a lo que dicen prácticamente todas las encuestas, España podría estar en una situación similar muy pronto. 

El proceso de blanqueamiento de Feijóo presentándolo como un sensato y moderado representante de una derecha democrática, por parte de la progresía mediática demuestra, a mi juicio, una ingenuidad notable. Piensan que eso debilitará a VOX hasta el punto de que el PP podrá gobernar en España como en Andalucía o Madrid, e incluso, si no llegara a los 175 diputados (algo prácticamente imposible), creen que el PP buscará algún tipo de acuerdo con el PSOE y con todas las izquierdas que dicen que tragarían con lo que haga falta para no ver a VOX en el Consejo de Ministros. Pienso que se equivocan, del mismo modo que se equivocaron al criminalizar y ridiculizar el pacifismo.

Si todo sigue como hasta ahora, el PP gobernará con VOX y, en los próximos meses, aprovechará el escenario de recesión para desgastar aún más al gobierno sin contemplaciones ni renovaciones del CGPJ. Una vez en el consejo de ministros, aliados con una parte de los aparatos mediáticos y del Estado que llevan tiempo sobreexcitados por estos años en los que han visto a Podemos y al independentismo como la mayor amenaza a su cortijo, se iniciará un proceso de involución difícil de detener. En el caos bajo las estrellas de la recesión y la guerra, nuestra derecha verá una oportunidad cultural inmejorable en la definición de un frente interno en el que el eje de su acción política no será ni la economía ni los derechos, sino un nacionalismo españolista reaccionario que buscará enemigos por todas partes: las feministas y su “ideología de género”, los independentistas y comunistas que quieren romper España y los migrantes que amenazan la seguridad de los españoles de bien. Hay ya suficientes experiencias históricas para saber cómo podemos terminar.

Basta escuchar a los propagandistas de la derecha mediática que cada día hacen política desde telediarios y tertulias para tener claro lo que nos espera en el frente interno si las fuerzas democráticas (políticas, pero no solo políticas en un sentido partidista) no le ponen remedio pronto.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y exvicepresidente segundo del Gobierno español
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