Fuera de control
Un estudio de la Universitat de València ha llegado a la conclusión de que prohibir el uso del móvil en los centros escolares ayuda a aumentar el rendimiento y reduce el acoso. Tiene sentido. Y acompaño en el sentimiento a los profesionales que se tienen que pasar el día diciendo a los jóvenes que dejen el móvil. Y a los jóvenes que no pueden desengancharse del teléfono. Y en general a todos aquellos que están implicados en la educación. Los adultos tenemos a favor que quien nos alerta, sin querer, de su mal uso, es el #quemalquenoscae Mark Zuckerberg, que amenaza a Europa con cerrar Facebook e Instagram si no puede usar nuestros datos a placer. Que ya me dirás de qué protección de datos disfrutamos si en una de estas estafas telefónicas te preguntan si puedes pagar tu hipoteca y ponen el importe exacto. Pero como hace tiempo que hemos asumido vivir sin resistencia al Gran Hermano, lo más normal es que te roben el dinero a través de un SMS y que los empresarios estén por encima de los políticos a la hora de gobernar el mundo. No, la culpa no es toda nuestra. De los consumidores, quiero decir. Porque ahora tenemos la moda de cargar contra quien consume y no contra los votantes. Y quizás se tendría que empezar por aquí, que a veces da la sensación de que esta responsabilidad ya se ha descartado del todo. Si tú votas porque un partido ponga orden en este lío y después el partido no lo acaba de conseguir, la culpa no puede ser tuya, porque tú ya quieres que lo logren y que se modifique desde arriba una estructura que hace tiempo que hace aguas. No estás dispuesta a aceptar este naufragio como ineludible. En cambio, si tú votas a un partido que aun es capaz de empeorarlo, la responsabilidad sí que es tuya. Porque lo que haces es ensañamiento y participas activamente. Votar a unos u otros todavía marca diferencias, por mucho que cueste de creer en la política. Que cuesta. Mucho. Porque es evidente que la política se limita por opción propia, por intereses que no nos son comunes. También queda claro que presionamos poco a la hora de ceder al control desmesurado que se ejerce sobre nosotros y que no basta con votar. Ni con hacer un tuit. Aunque la parte buena de las redes tenga que ver con las denuncias que se han hecho y que nos han hecho avanzar. Pero volvamos a los datos. Al negocio que generan, que es el origen de las amenazas. La ingeniera y extrabajadora de Facebook Frances Haugen denunció cómo la empresa de Zuckerberg esconde datos, perjudicando la seguridad de los jóvenes y reforzando los mensajes extremistas para polarizar la sociedad a favor de las políticas más conservadoras. ¿De qué ha servido la valentía de Haugen? El macho vuelve a gritar en la selva que él lo quiere todo. Se le ha dado permiso para hacerlo. Los empresarios ponen contra las cuerdas a los políticos. En este círculo vicioso, si no te amenaza un partido, te amenaza un multimillonario egocéntrico. Y tú acumulas culpa de consumidor y de votante. Y el móvil, sobre la mesa. Es un buen invento, en general. Aunque antes habíamos vivido sin y nos había ido tan bien o tan mal como ahora. Supongo que si eres joven, nos había ido algo mejor. Para según qué. El caso es que la amenaza de Zuckerberg me ha hecho pensar que es una buena idea que nos lo cierren todo durante una temporada. Y si puede ser que también cierren los negocios de esta gente que se piensa que puede chascar los dedos y se le conceden todos los deseos. Claro que las puertas giratorias no están hechas para encallarse. Pero puesto que la parada de la pandemia no ha servido de nada quizás una parada digital nos devuelva a aquello tan analógico de pensar antes de pulsar ningún botón.