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Sorprende la velocidad con la que el ministerio y Aena se han levantado de la mesa cuando había que negociar los detalles del plano director para ampliar el aeropuerto de El Prat. Que el diablo está en la letra pequeña ya lo sabíamos, y que era complicadísima una negociación que hiciera compatibles una inversión positiva para el crecimiento y el cumplimiento de los condicionantes de protección medioambiental no es ninguna sorpresa. De hecho, la cuadratura del círculo es tan compleja que partidarios y detractores de la ampliación conviven dentro de los gobiernos, tanto de la Generalitat como del gobierno central. De hecho, si algún conseller podía estar tentado de manifestarse contra la ampliación el próximo domingo, no es menos significativa la visita que este jueves tiene previsto hacer la vicepresidenta de Unidas Podemos, Yolanda Díaz, a la zona protegida de la Ricarda, acompañada por la alcaldesa de Barcelona, que se opone frontalmente a la ampliación. En un gobierno y el otro la aprobación del proyecto se preveía intensa y parece que haya habido prisa por atribuir la culpa del fracaso. La ampliación de El Prat pedía un debate más transparente y más honesto: con los documentos encima de la mesa y a la luz de la opinión pública, sin trampillas lingüísticas que intentaban evitar la claridad y con la concreción sobre la afectación ecológica y cuál sería su compensación. También, saber qué garantías tenía el aeropuerto de ser un hub internacional y para qué modelo turístico y económico. Desgraciadamente, se ha preferido hacerse el ofendido.

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