A punto de empezar el invierno meteorológico, gestores de estaciones de esquí y las poblaciones turísticas más elevadas del Pirineo catalán miran el cielo y las previsiones y, pese a las precipitaciones del mes de noviembre, ruegan por la llegada de la nieve. Cada año con mayor intensidad, pues el cambio climático ha convertido el deseado manto blanco en el resultado azaroso de una partida de dados. ¿Es el final de una etapa?
Con la llegada de las estaciones durante los años 60 y 70, las montañas afrontaron una fuerte transición. Se pasó de la vida basada en la subsistencia sobre los recursos existentes (ganadería, agricultura, explotación forestal o artesanía) al confort de la rentabilidad, modernidad y estabilidad del esquí. Esto convirtió al turismo de invierno en un monocultivo económico –como hizo en su día el turismo de sol y playa en otras partes del territorio– mientras alternativas divergentes quedaban por el camino. Ahora que han pasado más de cinco décadas y se vislumbra el declive de este modelo, debemos evolucionar de nuevo. Sobre la mesa: ¿qué actividades económicas es necesario proponer? ¿Cómo preservaremos el empleo y el dinamismo económico en nuestros valles? Y, también, ¿cómo lo haremos compatible con la preservación de este entorno único, majestuoso y al mismo tiempo tan frágil?
En los Alpes, montañas en las que desde el Pirineo a menudo nos reflejamos, hace años que la nieve escasea. Los macizos de Belledonne, Vercors y Chartreuse son claros ejemplos. Y el caso de Alpe du Grand-Serre, en Isère, vendría a ser el paradigma de lo que nos iremos encontrando en adelante: poca o nula rentabilidad –pérdidas persistentes, de hecho– e incapacidad para afrontar reinversiones, todo ello vinculado de forma fundamental a la economía de una población reducida y con pocas.
La propuesta de construir un telecabina para acceder a pistas desde la población más cercana llega como la salvación del problema en muchos puntos del Pirineo, pero también ésta es una película que ya hemos visto. En los Alpes –se dice–, el acceso a las altas estaciones se hace así y constituye toda una insignia. Pero es necesario considerar dos hechos diferenciales: el acceso por carretera no era posible cuando se abrió la estación y, lo más importante, las normativas de las que nos hemos dotado a nivel europeo y nacional para proteger nuestros paisajes y el medio ambiente en general todavía no estaban vigentes. Hoy en día un telecabina pisaría y maltrataría lo que nos ha costado tanto proteger: nuestro emblemático patrimonio natural. Y ya hay casos, en los Alpes, sin ir más lejos, de infraestructuras abandonadas –cadáveres de hierro– después de invertir sangre, sudor y tensiones de todo tipo.
El cambio climático tendrá varios protagonistas, casi todos muy extremos: nieve inexistente, escasa o ingestionablemente excesiva; más días de viento más fuerte, con ventisca; temperaturas mucho más altas o aterradoramente bajas; sequías persistentes y chaparrones concentrados. La montaña seguirá siendo el hogar de la población que lo habita pero difícilmente será el atractivo patio de juegos que muchos quieren seguir vendiendo a cualquier precio.
Por tanto, hay que poner manos a la obra. Es necesario acelerar la transición en materia de turismo, de ordenación, de infraestructuras y de movilidad y, a la vez, proteger los bienes comunes –y madrigueras de vida– como el agua, los suelos y los montes. Es necesario reinventar el concepto de "estación de esquí" para transitar hacia "la estación de montaña", un modelo a definir que la ponga en valor y, a la vez, la respete. Y esto también significa regular su acceso, porque ya hoy la erosión y la masificación dominan el paisaje en torno a las estaciones.
Acceder a la alta montaña debe ser estimulante por sí mismo. Pero no debemos confundir los términos: estimulante no es un minigolf con vistas al infinito, un circuito de motos eléctricas para los niños, una piscina en altura o uno bike park. Esto sólo conseguiría convertir la montaña en un parque lúdico, y perderíamos el valor irrepetible –este sí, único– de ese magnífico espacio natural. El modelo debe construirse desde el diálogo, la inteligencia colectiva, la valorización de las iniciativas locales y la pasión por las montañas que un día fueron la semilla para abrir el refugio de Ulldeter, el primero de toda la Península.
No podemos negar que la nieve ha tenido un papel esencial en el Pirineo catalán. Pero no se puede vivir en la nostalgia de las épocas doradas cuando éstas tocan su fin. Es necesario emprender con valentía e imaginación el camino de la transición para evitar estancamientos, pérdidas y errores impagables y, si fuera posible, para liderar este nuevo espacio económico que se abre ante nuestros ojos.