Galicia, la tierra y el suelo de Feijóo

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El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un mitin en A Pobra de Trives (Ourense).

La primera impresión después de los resultados de las elecciones en Galicia es que nos hemos pasado quince días menospreciando el hecho de que las elecciones estaban, precisamente, en Galicia y no en toda España. El PSOE ha llegado a convertir el "se sabrá todo" de Puigdemont en la pistola humeante de la supuesta hipocresía pactista del PP con el independentismo catalán, y hoy ha quedado claro que se trataba del movimiento desesperado de unos socialistas que ya veían que no tenían nada que pelar.

No, no ha hecho daño al PP la torpe campaña de Feijóo, que habló con un grupo de periodistas de la posibilidad de conceder indultos y de haber estado evaluando durante veinticuatro horas la legalidad de la amnistía.

Más aún: en los últimos días, los análisis de los sondeos internos del PP, que veían que los socialistas se hundían y Sumar no haría honor a su nombre, avisaron a todo el mundo que el único mensaje que tenían que hacer correr era el del voto útil, que cualquier voto que acudiera a Vox podía acabar ayudando a instalar un gobierno de izquierdas en Santiago. Pues bien, Vox sigue sin entrar en el Parlamento gallego, porque la ultraderecha se ha quedado en el 2% de los votos y el PP se ha acercado al 50% de los sufragios.

Así pues, si alguien ha podido salir beneficiado del españolización de la campaña ha sido el PP. Feijóo tenía un suelo que era Galicia y que le ha aguantado. A Sánchez le ha petado en la cara el globo que ha hinchado y ahora volverá a escuchar voces que lamentarán la factura que significan los pactos con Bildu y Junts. Su problema es que no tiene margen para cambiar de aliados. Y gracias al BNG, con más del 30% de los votos, doblando de largo a los socialistas, Galicia recuerda a todo el mundo que es una nacionalidad histórica.

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