Cuánta guerra

Cuesta creer que unos servicios de inteligencia como los israelíes, que trabajan desde el primer día de vida del Estado de Israel para desactivar la amenaza existencial, no vieran venir el ataque a gran escala que se estaba preparando desde Gaza. Quizá confiado por su superioridad tecnológica, el gobierno israelí de Netanyahu decidió que, si llegaba el caso, pagaría la factura de una acción-reacción por mortal, larga y costosa que fuera, con la seguridad de que aplastaría al enemigo y que se reforzaría ante el mundo como el agredido con derecho a defenderse.

Hamás ataca y todo el mundo mira hacia Irán, y se pregunta si a Rusia ya le va bien que el mundo se ocupe ahora de Oriente Próximo mientras empuja la guerra de Ucrania hacia el segundo año. Pero mientras formulamos hipótesis más o menos fundamentadas, la realidad es que vuelve a haber guerra entre Israel y Palestina, en un mundo que derrama millones de refugiados y desplazados por todas partes: refugiados de conflictos armados, climáticos, políticos y económicos, muchos de los cuales ya circulan cada día por las mismas aceras que nosotros.

Estos días, el alcalde de Nueva York, Eric Adams, ha viajado a México, Colombia y Ecuador para desaconsejar personalmente a la gente que se plantee irse a vivir a la ciudad de los rascacielos (en el último año han llegado 117.000 personas pidiendo asilo) porque la capacidad de acogida de los servicios municipales neoyorquinos está totalmente desbordada.

Un mundo así es claramente insostenible y no hay muros ni mares que frenen éxodos que en Catalunya conocemos bien, desgraciadamente, por historia reciente. Las cumbres de paz y seguridad se ocupan mucho de las consecuencias pero menos de las causas, porque esto sería enfrentarse, si no renunciar, a intereses económicos. Y así nos va.