Guerrero, un maestro de humanidad
BarcelonaJoan Guerrero no era un fotógrafo importante, sólo era un fotógrafo que trataba de tomar sus fotos con honestidad y empatía. Esto, que diría él de sí mismo, es mentira. No es cierto.
Guerrero era una persona comprometida, empática, discreta, culta, combativa, profesional, valiente, solidaria, simpática y también —quizás, o no, consecuencia de todas las anteriores— un extraordinario fotógrafo.
Su legado es el de una figura de primerísimo orden mundial, a pesar de que él militaba, queridamente, en el bando de la discreción y la humildad.
Tuve la suerte de compartir con él unos años en los que el periodismo era más lento y más cercano, alejado de las estridencias y exageraciones. Y en esto él era el mejor. Medio Guerrero valía más que dos o tres de los demás.
Es éste el segundo legado que nos deja. No son sólo sus magníficas fotografías. Es una forma de hacer y entender el fotoperiodismo lo que le convierte también en una figura de relevancia internacional.
Hay un antes y un después de que el amigo Joan pisara las calles con su cámara y, por suerte, siempre podré explicar que yo estaba allí. Que yo era discípulo suyo y me consideraba su amigo.