Guerrero, un maestro de humanidad

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Joan Guerrero, fotografiado por Francesc Melcion, en el río Besos, en Santa Coloma, en 2014

BarcelonaJoan Guerrero no era un fotógrafo importante, sólo era un fotógrafo que trataba de tomar sus fotos con honestidad y empatía. Esto, que diría él de sí mismo, es mentira. No es cierto.

Guerrero era una persona comprometida, empática, discreta, culta, combativa, profesional, valiente, solidaria, simpática y también —quizás, o no, consecuencia de todas las anteriores— un extraordinario fotógrafo.

Su legado es el de una figura de primerísimo orden mundial, a pesar de que él militaba, queridamente, en el bando de la discreción y la humildad.

Tuve la suerte de compartir con él unos años en los que el periodismo era más lento y más cercano, alejado de las estridencias y exageraciones. Y en esto él era el mejor. Medio Guerrero valía más que dos o tres de los demás.

Es éste el segundo legado que nos deja. No son sólo sus magníficas fotografías. Es una forma de hacer y entender el fotoperiodismo lo que le convierte también en una figura de relevancia internacional.

Hay un antes y un después de que el amigo Joan pisara las calles con su cámara y, por suerte, siempre podré explicar que yo estaba allí. Que yo era discípulo suyo y me consideraba su amigo.

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