Hagamos ver que durará

Estamos en las vísperas de Sant Jordi y casi todo el país –gracias a Dios, siempre hay disidentes– se dispone a recrear ese espejismo anual del día que parecemos un país más culto, civilizado y sensible de lo que somos en realidad.

Estamos en las vísperas de Sant Jordi y, este año, no hablaré de libros. Ni de listas de más vendidos, ni de los ejemplares que se regalan y nunca leerá nadie, ni siquiera del cartel del Ayuntamiento de Barcelona para promocionar la fiesta, con la clamorosa ausencia de la bandera, que siempre había sido un elemento imprescindible y dominante en la diada del patrón.

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Estamos en las vísperas de Sant Jordi y, esta vez, no hablaré de libros sino de rosas. He leído, con gran tristeza, que este 2024 Catalunya tendrá sólo un solo productor de rosas por Sant Jordi. Se trata de Flors Pons, de Santa Susanna, en el Maresme, que no descarta ir menguando su ya escasa producción en los próximos años.

Flors Bertran Mas, de Teià, el productor que plegó el año pasado después de cuatro generaciones de rosas catalanas, comprará este año rosas de importación para el 23 de abril.

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El cambio climático, las plagas, la prohibición de algunos productos para combatirlas, los costes de producción y, finalmente, la sequía son algunos de los elementos que han hecho capitular a los productores de rosas en los últimos años. En la década de los setenta, la comarca del Maresme cubría el 80% de las rosas que se vendían por Sant Jordi en toda Cataluña. En estos momentos, el único productor que queda no alcanzará el 1% de la demanda total de seis millones de rosas.

Recuerdo la emoción de la primera rosa de amor que recibí, con dieciséis años, que mi enamorado había cogido de un jardín. Y recuerdo la tristeza y la impotencia del primer Sant Jordi sin la rosa de mi padre. Cada rosa estaba cargada de un significado inmenso. Después, a medida que la fiesta crecía, empezaron a regalar rosas los bancos, restaurantes y tiendas. Es hermoso, pero quizás todo va perdiendo significado.

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No me molesta que las rosas que recibiré este año sean de Colombia o de Kenia, pero me entristece sobremanera que eso quiera decir que ya no se hacen rosas en el país. Son los signos del tiempo. Los comercios locales y negocios de todo tipo de tradición cierran y la gente joven compra todo por internet en la otra punta del mundo. Sé que es una transformación imparable. Es una fuerza bestial que nos empuja hacia un futuro sin identidad. No tenemos fuerza ni ánimo para tratar de vencer a este dragón.

Pero llegará Sant Jordi y, como cada año, compraremos rosas y libros sin saber ni de dónde vienen las flores ni si ese libro se leerá. Conversaremos con los lectores y con los escritores. Miraremos con estupefacción las colas para poder hacerse una foto con un/a influencer que, al parecer, ha publicado un libro. Reiremos y nos dejaremos llevar por la alegría de un día que parte de una idea luminosa y nos esforzaremos por creer que todo es verdad. Ya lo decía el príncipe de los poetas: La primavera se va / Con los párpados cerrados, / pensamos en rosas y rosas; / hagamos ver que va a durar.

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Quizá debemos empezar a despedirnos del Sant Jordi que conocíamos. Y quizá por eso Josep Carner tituló el poema Adiós sin despedida.