Historia de un hombre noble y rebelde
El ruso Mijaíl Bakunin, padre del anarquismo, dotado por vía familiar de un talante aristocrático, era capaz de relacionarse con grandes dotes de seducción con todo tipo de personas, superando barreras de clase y de origen social y nacional. Era un ser sociable. "La soledad voluntaria es casi idéntica al egoísmo, y el egoísta, ¿puede ser feliz?", escribía ya de muy joven, rechazando así la supuesta soledad perfecta de Rousseau. Todo esto lo explica Josep Alemany en la sugerente introducción al clásico y grande bestseller de Bakunin Dios y el Estado (en catalán en Adesiara), que él mismo ha traducido.
¿Ahora toca hablar de Bakunin? Pues sí. Es conocido que las ideas libertarias arraigaron fuerte en Cataluña a finales del XIX. Nuestra relación de amor-odio con el poder, con el Estado, que combatió Vicens Vives y que tantos disgustos nos ha dado, poza en esta atractiva y fabulosa influencia. Bakunin es un personaje apasionante. Ahora nadie se acuerda de él, claro. En realidad, nadie recuerda casi nada. Pero las herencias, cuanto más ocultas, a menudo más pesan. Los catalanes hemos sido gente más de revuelta que de pasillos y palacios. El resultado: más prisioneros y exiliados que ciudadanos libres. ¡Bakunin!
La eclosión de su socialismo libertario fue lenta y accidentada. Su vida fue trepidante. Filosóficamente, el anarquismo bakuniniano se origina en la Fenomenología del espíritu de Hegel y en La esencia del cristianismo de Feuerbach. Sí, Bakunin era hombre de acción, pero también de pensamiento, espiritual y poético. Leído. Sin lecturas no existen revoluciones posibles ni imposibles. Por cierto, a pesar de no proponérselo, escribía muy bien. Estaba intelectualmente bien dotado. La cabeza le hervía. El corazón también. Físicamente, los doce años de cárcel le destrozaron.
En la Rusia sometida al despotismo de los zares, su padre, de familia noble y talante liberal, le educó en casa, en una finca rural, un mundo idílico al margen del mundo, con profesores particulares, rodeado de hermanos y hermanas con ganas de charlar. Una infancia feliz siempre da resultados preciosos. Estudió en francés y aprendió algo de alemán y de inglés, idioma que años después perfeccionaría en prisión y que le llevaría a triunfar en su periplo estadounidense. No probó ni el latín ni el griego, ni recibió ninguna noción de gramática rusa. Un tío militar retirado le enseñó matemáticas.
Pero todo lo bueno llega un día que acaba. En 1828, a los 14 años, el padre le envió a la escuela de artillería de San Petersburgo, donde ni hizo amigos ni se adaptó. Siete años después, ¡siete!, huyó del ejército. Su padre le evitó el castigo y con 22 años se instaló en Moscú como profesor de matemáticas. Empieza a leer Fichte y Hegel. Son años de formación, hasta que se va: Suiza, Bélgica y finalmente, en 1844, París, donde conoce a Proudhon, Marx y la escritora George Sand. También el polaco Lelewel, que le introduce en la lucha de los pueblos eslavos: checos, eslovacos, rutenos (así eran llamados los ucranianos del Imperio Austriaco), croatas, eslovenos, polacos. Bakunin se convierte en un demócrata revolucionario que une la cuestión social con la nacional (libertad de los pueblos). En realidad, no se convierte propiamente en anarquista hasta que ya es mayor, en los últimos doce años de vida.
Su participación en el ciclo revolucionario de 1848 la acaba llevando entre rejas a Dresde. Condenado a muerte dos veces, se las conmutan por cadena perpetua. De Austria es extraditado a Rusia. Pasa muchos años en prisión (dolores de cabeza, escorbuto, pérdida de dientes...) y después en Siberia, donde se enamora y se casa con la hija de un exiliado polaco a la que daba clases. Por último, huye y va a parar a Yokohama y luego a EE.UU. Tiene 47 años. Cuando vuelve a Europa, reanuda la lucha y trenza el pensamiento anarquista en un entorno clandestino de sociedades secretas e itinerancia: Londres, Florencia, Nápoles... En Ginebra defiende unos "Estados Unidos de Europa", pero organizados de abajo a arriba. En 1870 se implica en la insurrección de Lyon. Y después el episodio más conocido: enfrentado con Marx, es expulsado de la Internacional Socialista (1872). Muere en Suiza cuatro años después, a los 62. Es el fin de un hombre noble y rebelde.