El hueso del pene: el tesoro que la evolución nos negó
La inmensa mayoría de mamíferos tienen un hueso en el pene, llamado báculo. No hace falta entrar en detalles sobre las ventajas de tener esta asistencia ósea. Pero hace 2 millones de años, los humanos perdimos una secuencia de ADN que precisamente codificaba la existencia de ese hueso. Por qué, ¿eh? ¿Qué estorbo hacía, señor Darwin?
Debido a esta evolución indeseada, la configuración del pene humano es bastante singular y somos de los poquísimos mamíferos que no tenemos báculo. ¡Casum dena!
Reflexionamos: este hueso, situado a lo largo del eje del pene, permite al macho realizar una penetración efectiva en cualquier momento y, además, contribuye a prolongar la duración de la cópula. No me dirá que no es práctico. ¡Pues la evolución nos ha robado esta maravilla!
Un festival de formas y tamaños
El caso es que, dentro del reino animal de los mamíferos, el báculo es todo un espectáculo de diversidad:
- En un extremo, tenemos algunas especies de lémures en los que el báculo es tan pequeño que casi parece una reliquia evolutiva que debe observarse en el microscopio.
- En el otro extremo, encontramos a los machos de morsa, que pueden presumir de un báculo de hasta 65 centímetros de longitud. Ha leído bien. 65 cm!
¿Pero de dónde viene esta variabilidad? Aunque no se lo crea, esta pregunta fascina a los científicos. Buscando en las publicaciones, he encontrado más de cien estudios de investigadores, supuestamente serios, preocupados por el tema del báculo.
Por citar uno: Evidencia experimental de la evolución del báculo de los mamíferos por selección sexual, de Leigh W. Simmons, Renée C. Firman publicado en la revista Evolution. El estudio seleccionó diferentes grupos de ratones y los separaron en monógamos y polígamos. Los ratones monógamos debían copularse siempre con la misma hembra, mientras que los polígamos tenían total libertad sexual.
Ahora diréis, pobres bestias, ¡cómo abusamos! Pero comparados con otros ratones de laboratorio, a los que se implantan electrodos en el cerebro o se les inoculan virus mortales, estos ratones se podían considerar francamente afortunados. Vale, había unos que debían copular siempre con la misma hembra tanto si les gustaba como si no, y además, de vez en cuando unos humanos con bata blanca les cogían el pene y les tomaban medidas. Nada grave, ¡vaya!
Resultado: la monogamia encoge el báculo
Lo cierto es que su colaboración fue decisiva. Al cabo de no sé cuántas generaciones, se vio que el tamaño del báculo había disminuido significativamente en los ratones monógamos. No tener competencia hizo que se relajaran y el báculo, en consecuencia, dejó de tener importancia.
Este mismo motivo es el que se cree que hizo que los humanos perdiéramos el báculo: la maldita monogamia... Bueno, una relativa monogamia, ¿por qué engañarnos?
Yo me imagino a los científicos que participaron en este estudio cenando con amigos y cuando les preguntan "¿en qué estás trabajando, ahora?", en lugar de contestar "estamos vigilando que unos ratones follen siempre con la misma ratón y luego les tomamos el tamaño del pene", cosa que haría que le respondan por sus amigos: "Estamos investigando un nuevo tratamiento experimental contra la glomerulonefritis membranoproliferativa".
¡Y es que la ciencia no siempre es comprendida como se merece!