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08/03/2025
Director adjunto en el ARA
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Leí El idiota (1869) de Dostoievski de adolescente. El escritor ruso escribe: "Soy un idiota porque soy diferente a ellos. Veo el mundo con compasión y comprensión, y creo en la bondad de las personas. Pero mi bondad se confunde con debilidad, y mi compasión se ve como una tontería. Soy un idiota porque estoy solo en un mundo de tontos". El príncipe Mixkin, en efecto, era distinto. Huérfano, sufría desde pequeños ataques de epilepsia, había mirado a los ojos de un condenado a muerte, hablaba y amaba de maneras poco convencionales.

La nueva derecha extrema trumpista antiwoke nos trata de idiotas. Ha logrado ridiculizar la bondad, la solidaridad, la empatía con el débil, con lo diferente. Ha ganado el discurso de "tonto el último": cada individuo, cada país, debe mirar primero por sí mismo, sin contemplaciones de ningún tipo, e identificar a los enemigos exteriores e interiores. No hacerlo es de idiotas. El mundo es una selva darwinista (no de lo más adaptable, como decía Darwin, sino de lo más fuerte).

Trump es quien quiere mandar en este nuevo (des)orden mundial. En su condición de rico y fuerte (primera potencia militar), se pone ostentosamente en el centro del tablero. Hemos entrado en el terreno de la geopolítica narcisista. Lo quiere ser todo: quiere ser a la vez pacificador (haciendo pasar a las víctimas por culpables) y guerrero (convirtiendo el comercio en un campo de batalla).

America first? No exactamente. Trump primero. El trumpismo primero. Ni siquiera el Partido Republicano. El partido es él. La América de los demócratas es idiota. Muchos estadounidenses se sienten amenazados, avergonzados, señalados. Todos los Mixkin lo tienen mal. Estamos asistiendo a la apoteosis del desprecio, la sospecha y la división. La nación es Él. Si estuviéramos en tiempos romanos, ya estaría preparando su deificación. Se está otorgando llenos poderes. Como dice Elon Musk, si el presidente no puede hacer lo que quiera, "eso no es una democracia, es una burocracia". La vida colectiva reducida al dictado imperativo de un solo hombre y su reducido círculo. ¿Vamos hacia una democracia absolutista, hacia una aristocracia plebeya de multimillonarios?

Pero no estamos en tiempos romanos, estamos en tiempos nietzscheanos banalizados. Tiempo de superhombres apasionados y violentos. De ahí la reaparición sin rubor de los gestos nazis como expresión de fuerza, potencia, acción. De ahí la inmensa voluntad de poder y las sonoras contradicciones de Trump, un hombre que se cree señalado por Dios a la vez que reniega en cada gesto del amor al prójimo, un demócrata que destruye los valores ilustrados, un nacionalista dispuesto a perseguir a media nación.

En una nación forjada por inmigrantes, está creando un clima de terror entre los últimos en llegar. En una nación basada en la libertad, ha amenazado con expulsar de la universidad (y con encerrar en prisión) a todos los estudiantes con conciencia crítica de que salgan a manifestarse (pero ha perdonado a sus amigos que asaltaron al Capitolio). En una nación que históricamente ha hecho del talento su gran arma de progreso, se propone eliminar al departamento federal de Educación. En una orgullosa nación del control democrático de sus gobernantes, está destruyendo el prestigio de los servidores públicos.

Es curioso el "sentido común" que dice que le inspira. ¿Común? ¿De qué comunidad? ¿En qué valores y consensos se basa? ¿Qué convivencia defiende? ¿Qué fraternidad? ¿Qué se ha hecho del respeto a las minorías tan propio de la sociedad norteamericana? ¿Del liberalismo de las ideas? ¿De la libertad de hacer y pensar y creer en lo que te plazca si no perjudicas al de al lado? ¿Ya no son importantes la igualdad de oportunidades, ni el imperio de la ley, ni la justicia independiente, ni el equilibrio de poderes? Su revolución es una involución en toda regla.

No es nada nuevo. La historia de la humanidad está llena de milhombres egocéntricos que llegan a la cima y nos (des)gobiernan. Sátrapas, dictadores, emperadores, reyes y reyezuelos. Mandatarios perturbados, inquietantes, escalofriantes. Cuanto más poder acumulan, peor. Si la democracia es el sistema de gobierno que hace posible la conversación entre extraños, entre distintos, Trump se está cargando la democracia. ¿Sólo lo vemos los idiotas?

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