Ante la incertidumbre, universidades
Corrían los años 500 antes de Cristo y Heráclito señalaba: "Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende con medida y se apaga con medida”. A veces es necesario recurrir a los filósofos griegos para intentar comprender qué nos pasa, en qué mundo vivimos. También para saber cómo afrontar el dolor de ver una parte de nuestro país sufriendo las peores consecuencias de una DANA devastadora.
Todos los seres vivos, desde el más microscópico hasta el más complejo, hemos evolucionado bajo las leyes de la naturaleza, el orden cósmico de Heráclito. Y en la lucha por nuestra supervivencia hemos descubierto, inconscientemente, un principio fundamental. Como expresaba acertadamente el físico (y también filósofo) Jorge Wagensberg, todos los seres vivos tratamos de adaptarnos a la incertidumbre de nuestro entorno.
El género humano lo ha encarado con una herramienta de la que no disponen otros seres vivos: además de adaptarnos, estudiamos nuestro entorno para reducir su incertidumbre. Y esto nos proporciona mucha seguridad. Pero la naturaleza nos recuerda en ocasiones a nuestra dimensión humana.
Mientras se analizan las circunstancias que han desatado la DANA más devastadora de nuestra historia reciente, las universidades no hemos parado de trabajar para anticiparnos y resolver retos futuros que ya imaginamos o todavía no podemos ni imaginar. Una parte importante del trabajo de la comunidad científica, aquella que desarrolla su labor en nuestras aulas y laboratorios, es adelantarse a los escenarios más adversos. El objetivo es que sus innovaciones –ya sean vacunas, infraestructuras u otros avances– sean capaces de resistir a los embates más severos. Este enfoque proactivo es esencial para afrontar las incertidumbres de un mundo cambiante y cada vez más complejo.
La Comisión Europea publicó recientemente el informe El futuro de la competitividad europea, elaborado por Mario Draghi, en el que se pone de manifiesto la necesidad de hacer una apuesta por la ciencia y las universidades por mejorar la competitividad europea. Pero la ciencia no sólo sirve para aumentar la competitividad, sino que también salva vidas, como se demostró en la respuesta a la pandemia de la cóvid-19.
Los científicos no nos preguntamos quién liderará la respuesta ante una inminente emergencia, pero somos el sistema de precisión que proporcionará una base sólida para que los responsables puedan tomar las decisiones más acertadas en cada situación.
Las universidades tenemos como objetivo principal formar a los profesionales del futuro. Sin embargo, nuestro compromiso social va más allá: aspiramos a transmitir todo el conocimiento que generamos a la sociedad para que las decisiones que van a condicionar el futuro del país se basen en el conocimiento y el aprendizaje a partir del análisis de lo que ha pasado y del resultado de las decisiones tomadas.
Las universidades contribuimos a resolver los retos que preocupan a la sociedad, a nuestros gobiernos y administraciones de todos los niveles. Debemos ser el departamento de investigación y desarrollo de las administraciones públicas. Ante la incertidumbre, la respuesta es la ciencia y las universidades.
Como drag Draghi, es la transferencia de conocimiento entre las universidades y la sociedad lo que hace progresar a un país. Como centros de excelencia en investigación e innovación, las universidades tenemos la responsabilidad y oportunidad única de ser el motor que impulsa soluciones a los desafíos más urgentes que afronta nuestra sociedad. Actuando como verdadero departamento de I+D para las administraciones públicas en todos los niveles, podemos proporcionar la experiencia científica y tecnológica necesaria para abordar problemas complejos y guiar la toma de decisiones informadas.
En un mundo caracterizado por la incertidumbre, la colaboración estrecha entre el mundo académico y los sectores público y privado es más crucial que nunca.