Internet ya no es lo que era
En los últimos meses, algo está cambiado en la forma que leemos sin que nos estemos dando cuenta. Y digo "leemos" y no "buscamos información en internet" porque no conozco ni un solo escritor o artista, incluso los septuagenarios rodeados de un aura venerablemente analógica, que no se conecte a internet todos los días a ver cómo está el mundo. Y resulta que el mundo está cada vez más vacío de personas y más lleno de loros estocásticos. "Loro estocástico" es el mote con el que intentamos rebajar la autoridad y la propaganda que adueña los grandes modelos de lenguaje de la inteligencia artificial como ChatGPT: "loro" porque regurgitan el trabajo de otros y sólo son capaces de repetir lo que alguien ya ha dicho, "estocástico" porque el mecanismo que hace que estos modelos son culpables de lo que estos son cosas, no es un proceso de razonamiento lógico, sino de uno de azar introducido artificialmente en la elección de palabras. Pero, aunque esta loritud robot nos es perfectamente conocida y la despreciamos instintivamente, la utilizamos. Hace unos meses que los números de visitas de los periódicos caen en picado porque le pedimos al ChatGPT las cosas que antes pedíamos a publicaciones de escritores humanos. Hay una burbuja de lecturas inhumanas que deberíamos hacer estallar.
Yo salí de la inopia cuando el chatbot de Open IA empezó a hacerme la pelota, una faceta que al principio no tenía y que ha convertido nuestras conversaciones en algo insoportablemente azucarado e infantilizando: "¡Buena pregunta!", "¡Bien visto, eso que dices!", "¡Tienes toda la razón!". Esta irritante servilidad rompía la ilusión de continuidad con la que había sustituido el hábito de buscar en Google por la conveniencia de buscar con herramientas de inteligencia artificial. Se está hablando bastante del peligro de que el cerebro se nos atrofie si delegamos la escritura en las máquinas, y ya hay estudios científicos que demuestran que los alumnos que utilizan ChatGPT tienen menos actividad neuronal, recuerdan peor lo que han escrito, lo sienten menos suyo y encima escriben todos exactamente lo mismo. Pero se está hablando mucho menos de lo que nos ocurre si delegamos la lectura de artículos a los refritos personalizados tan tentadores que nos ofrece la IA. No hemos dejado de leer novelas y ensayos cuando reunimos fuerzas para profundizar y nos concentramos en la antigua usanza, pero en el modo rápido de buscar información, las voces humanas están siendo barridas por las artificiales. En el reino de la respuesta directa a la pregunta clara, el GPT se está comiendo Google.
Ni que decir tiene que si la IA gana es porque funciona. Aunque a menudo se equivoque en algunos datos, la prosa promedia con la mediocridad y las ideas correspondan a un tovísimo máximo común denominador, esta Wikipedia tan personalizable que nos ofrecen es eficaz y pertinente (no conozco los números de visitas de Wikipedia, tampoco tengo ninguna duda de que también estarán sufriendo). La alternativa es someterse a un algoritmo de Google que nos ofrece una lista de 10 títulos más generalistas que la respuesta que estamos buscando y nos hace sospechar de los criterios de selección. Y clicas aquellos artículos y, en vez de ir al grano, hay palabras y curvas propias de la persona que los ha escrito, asociaciones de ideas y digresiones no del todo obvias, metáforas con una historia personal. Pero hay un deseo no sólo de responder exactamente a la pregunta que tienes ganas de responder, sino que quizás te hagas una que ni siquiera sabías que tenías que hacerte.
Naturalmente, todas estas capas de subjetividad e ineficiencia son las responsables de esta chispa de sentido en medio de la oscuridad que llamamos humanidad. El hecho de que la escritura es corporal y situada, que en vez de un algoritmo que calcula cuál es la palabra que más veces se ha dicho en un determinado contexto, quien escribe es una persona que quizás está harta y necesita ensayar una respuesta diferente, es lo que hace posible la crítica, la innovación y, en definitiva, la libertad. Yo ya entiendo que este argumento romántico es hacer volar palomas y que muy pocos dejaremos el ChatGPT y regresaremos a Google, y después a la homepage de los periódicos que un editor humano ha ordenado sin seguir ningún algoritmo, y después a la arquitectura del papel (o del PDF). Pero la alternativa es caer en un pozo de homogeneidad que nos hace idiotas y controlables. La otra alternativa, que es regular la IA que se aprovecha de un trabajo común por el que unos millonarios cobran morteradas mientras los miles de trabajadores anónimos no ven un duro, y diseñar una red con criterios sociales y no mercantilistas, es aún más utópica en el actual contexto de dimisión de la política. Pero, al igual que empezamos a retroceder con los métodos educativos absurdos, tarde o temprano la búsqueda humanística de información en internet volverá porque, simplemente, es mejor. Y mientras no construyamos las leyes y costumbres por un mundo con IA, si es que las construimos, estaría muy bien no perder los años y el músculo mental con las facilidades melífluas de la IA.