Intervenir en la historia

En junio y julio de 2018 se celebraba en la National Mall de Washington DC, entre el Capitolio y el monumento dedicado al primer presidente americano, el festival Catalonia: tradition and creativity from the Mediterranean, promovido y producido por la conselleria de Cultura pero también por el Smithsonian Folklife Festival. Un año atrás, los preparativos se hacían pocos meses antes del referéndum del 1 de Octubre y el nerviosismo de la embajada española en Estados Unidos era notorio: cartas explicativas, demandas de justificación de partidas, intervención en cada acto público... Eran tiempos de muchísima tensión, como sabe el propio comisario de la Fundación Smithsonian, Michael Atwood Mason ("they are building human towers for democracy", escribió), pero la celebración del festival fue impecable. Exhibición de castells, de sardanas, de gigantes y capgrossos, de empresas culturales, de actuaciones musicales, y un largo etcétera. Pero a lo largo del recorrido de paradas sobre la hierba estaban los edificios del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, el Museo Nacional del Aire y el Espacio o el Museo Nacional de los Indios Americanos, todos ellos (y otros) promovidos por la Fundación Smithsonian, y todos ellos objeto ahora de revisión discursiva por parte de Donald Trump.

El presidente estadounidense es un hombre conocedor de la importancia de los símbolos: su intervencionismo (caprichoso y hortera) en la Casa Blanca da fe de ello, con añadidos dorados y la adecuación del césped a los talones de aguja, o con la recolocación de los retratos de los últimos presidentes en lugares menos visibles. Ahora su empeño es intervenir en el discurso de los museos de la Smithsonian, una institución de altísimo prestigio entre los americanos y en el mundo académico y museográfico internacional, porque considera que transmiten mensajes demasiado woke. Ha dado orden para que se revisen todos sus contenidos, a fin de "eliminar las narrativas divisivas o partidistas y restaurar la confianza en nuestras instituciones culturales", lo que concretó con un ejemplo en las redes: basta de hablar tanto sobre la esclavitud y sobre la desgracia de los oprimidos. En la misma línea de amenaza de recortes que ha hecho a las universidades, si no se adaptan a su visión de Estados Unidos, ahora los museos nacionales deben preguntarse si no exageran sobre el pecado original del país. Y de eso dependerá el mantenimiento del 53% de la financiación. El problema es que es imposible explicar la Guerra Civil de Estados Unidos sin este capítulo, o el origen del continente sin una referencia amplia a la nación india o nativa (y su genocidio).

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La cosa tiene que ver también con la conmemoración, el próximo año, de los 250 años de la fundación del país, una historia que evidentemente debe parecer heroica, llena de orgullo y significativamente blanca. Hay que "restaurar la verdad y la sensatez en la historia de Estados Unidos", dice la orden. Es como si el Museu d'Història de Catalunya escondiera los apartados que hacen referencia al colonialismo o a la esclavitud en Cuba, o el colaboracionismo de algunos catalanes con Franco. Nuestro museo debería tener además un apartado permanente más amplio dedicado al 1-O, que es tanto un elemento de orgullo como de ilusiones frustradas, sin ningún problema. Exponer logros y errores, conmemorar derrotas y victorias, no solo acerca a la verdad sino que configura la única manera de aprender para mejorar. Ocultar la esclavitud americana no es americanismo sino antiamericanismo: no puedes huir de tus esencias, de lo que eres, de tu propio proceso. Hay que exhibir con orgullo, sí, fracasos y errores. Y sobre todo, también, las minorías. Pero esto último ya no es cosa de historia sino de sentido democrático y de respeto a los derechos y la voz de los colectivos, como en la Smithsonian saben perfectamente.

Se acerca el 11 de septiembre (derrota catalana y tragedia americana) y en esta época el presidente del Parlament de Catalunya proyecta la instalación de un gran palo de bandera junto a la sede institucional. La ventaja de vivir en un país con tanta historia nos vacuna sobre muchas tonterías: el edificio fue arsenal de la vergonzosa Ciutadella militar después de 1714, pero después fue cuartel, residencia real, museo de arte, sede del Parlamento republicano y autonómico y también escenario de la declaración de independencia del 2017. Ninguno de estos capítulos se explica sin el otro. El siguiente dependerá, entre otras muchas cosas, de nuestra memoria. De toda.