Islam, apuñalamientos, xenofobia

Una de las noticias recurrentes de este verano han sido los apuñalamientos. Se han convertido en el acto violento de moda, tanto entre presuntos delincuentes jóvenes propios como entre presuntos terroristas o exaltados islamistas que actúan excitados por la barbarie del gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu, que tiene en curso un genocidio en Gaza y que parece decidido a encender la guerra regional en Oriente Medio. En uno y otro caso, las extremas derechas europeas están dispuestas a sacar rédito político. A la extrema derecha le van bien las situaciones de violencia, inseguridad y miedo, porque le proporcionan la demagogia fácil de culpabilizar de ellas a los políticos, y en particular a la izquierda, que según ellos son incapaces de dar respuesta a los ataques de los delincuentes, propios y externos, por su hipocresía, su buenismo, o porque directamente son cómplices. A cambio, se ofrecen ellos para darle respuesta desde la antipolítica, con propuestas que van desde las expulsiones masivas y en caliente de inmigrantes hasta la instauración de la pena de muerte, según los casos.

El atentado a punta de cuchillo en la ciudad alemana de Solingen de hace unos días, que causó tres muertos y ocho heridos, fue reivindicado por el Estado Islámico. El autor de la matanza, que se acabó entregando a la policía, ha resultado ser un joven sirio de veintiséis años que llevaba dos instalado en Alemania y no estaba identificado como elemento radicalizado. Esto –como podéis leer en la crónica de Laura Ruiz Trullols en este diario– ha inflamado el debate sobre inmigración y acogida de refugiados en Alemania, y lo ha hecho contra el gobierno de coalición socialdemócrata del canciller Olaf Scholz, y a favor de las tesis xenófobas y racistas de Alternativa por Alemania, el partido de extrema derecha que hace tiempo que se encuentra en una racha ascendente. Por su parte, la derecha de la CDU ha olvidado rápidamente cuando, en 2015, quien fue con diferencia su líder más importante, la cancillera Angela Merkel, abrió camino en Europa acogiendo a cerca de un millón de refugiados y migrantes en Alemania en pocos meses. En vez de eso, como otras derechas mediocres de toda Europa (la catalana y la española, sin ir más lejos), flirtean o se ponen bien con los discursos que asocian inmigración con criminalidad y delincuencia.

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En el Congreso de Madrid hace tiempo que es tercera fuerza Vox, un partido que hace bandera del odio contra los migrantes, singularmente contra el islam. En el Parlament de Catalunya ha entrado Aliança Catalana: su líder, Silvia Orriols, afirma que el islam es incompatible con los valores occidentales, una imbecilidad que demuestra la falta de consistencia del discurso de la extrema derecha, así como su fuerte carga tóxica. Orriols ha recibido una acertada sanción económica por incitación al odio, pero es evidente que esto no detiene, en modo alguno, una retórica y una visión del mundo que es extremadamente peligrosa porque se alimenta del miedo y de la fascinación por la violencia, y que tristemente tiene muchas opciones de seguir prosperando en las urnas.