Ya empezamos mal

Un hombre lleva el corazón de un cerdo, y no es una metáfora. Este principio de año es extrañísimo. Mucho más que oír decir al presidente del gobierno español que regulará el precio de los tests de antígenos sin concretar cuándo. Me aventuro a un “cuando no los necesitemos para nada”. O llegamos tarde o nos precipitamos. Los fabricantes de productos relacionados con el coronavirus se han frotado tanto las manos que calculo que ya se las han borrado. No es extraño. El virus es el negocio. Mientras vamos pagando un dineral para saber si tenemos un resfriado de toda la vida o una variante con mote, continuamos haciendo videoconferencias por si acaso como si la nueva normalidad fuera más vieja que el andar. Son días de zapatillas y de frío a los pies.

Las explicaciones sobre la relación entre el imam de Ripoll y el CNI también las habríamos necesitado antes de que el comisario Villarejo declarara nada y antes de que la Audiencia Nacional decidiera que no hacía falta ninguna explicación, por más que la suspicacia ciudadana lo considerara todo excesivamente casual. ¿Qué pinta la ciudadanía en una democracia consolidada? Como dijo un día la socialista Eva Granados, “no tiene que ser la ciudadanía quien dirima una cuestión como la autodeterminación”. Es una manera poco sutil de decir que no pintamos nada en nuestra propia vida y en general, pero yo hace unos días que pienso que a las paredes de casa les hace falta un color más vivo. Pediré permiso a los diputados a ver si me permiten coger la brocha. Aunque no sé qué documento se necesita y soy fatal para la burocracia. Hay cosas que no estamos a tiempo de cambiar. Llegamos tarde. Porque hay quién nace para hacer trámites, hay a quién no le queda más remedio y el resto procrastinamos o lo dejamos en otras manos. La confianza no se ha perdido del todo. Hay esperanza. 

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Puede que no sea el que piensa el tenista Novak Djokovic, que también se deja llenar formularios, en su caso con informaciones dudosas. Como si este deportista no nos cayera mal de antes. Pero el show hace días que está servido. El mundo pendiente del visado de un solo hombre. Da para hacer una película. Todavía no tengo claro si es un drama o una comedia pero en estos casos es oportuna la mezcla que ofrece la tragicomedia. ¿A quién le importa realmente si juega un partido de tenis más o menos? Da risa. ¿Cómo están repartidos los privilegios y en función de qué? Hace llorar. Acabe como acabe la película, es muy significativa toda la atención mediática y la trascendencia en un mundo lleno de personas insignificantes. Aunque a estas alturas ya sabemos que la justicia tiene mucho que ver con quién la puede pagar y que los casos ejemplares no siempre son precedentes sólidos para el futuro. Al menos las autoridades no se han precipitado como lo han hecho las personas que han corrido a apoyar a un hombre que no sufre ninguna injusticia. Tantos motivos como hay para correr...

El 2019 la Audiencia Nacional decidió que no había que investigar la relación entre el imam de Ripoll y el CNI después de unos atentados en Catalunya con 16 asesinados y 150 heridos. Diga lo que diga un comisario corrupto, estos hechos nunca han sido lo bastante aclarados por alguna razón. En 2021 se han cerrado todas las investigaciones sobre la presunta corrupción de la monarquía española sin que nunca se haya podido crear una comisión en el Congreso. Esta razón la sabemos. Los temas blindados siempre son sospechosos. No pasa la luz, por los vidrios oscuros, y en las cloacas huele mal. En el mundo se amontonan demasiadas muertes que se consideran irrelevantes. Como si la vida de cada cual no fuera lo bastante extraordinaria. Aunque parezca que valgan menos que un test de antígenos.