La jaula y la puerta

Cuando escucho noticias sobre Afganistán, a menudo siento una frialdad que me hace temblar. Este año, sólo en el 2025, más de 2,5 millones de afganos deportados de Irán y Pakistán –casi la mitad mujeres y niñas– han sido forzados a regresar a un país gobernado por los talibanes: una realidad que a ellas expone a la pobreza, a la violencia ya restricciones sin precedentes.

Creo que esta realidad, que yo misma viví, sólo puede entenderse en profundidad desde dentro. Yo crecí encerrada en esas mismas circunstancias: vivía detrás de muros físicos e invisibles, con normas que controlaban mi vida hasta el menor gesto. Pero en mi interior siempre había una imagen que conservé con fuerza: la jaula donde vivía tenía una puerta. Una puerta cerrada, sí, pero que podría abrir tarde o temprano. Esa conciencia fue mi forma de resistencia. Mientras mi cuerpo quedaba atrapado, mi mente volaba libre: pensaba, imaginaba y soñaba con un cambio.

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Hoy, cuando en Ponts per la Pau acompaño a chicas que llegan con historias similares, les repito lo que me dije a mí misma: "La jaula no puede captar el pensamiento. Tú tienes la llave. Y cuando llegue tu momento, podrás abrir la puerta." No es sólo un consejo. Es una invitación a resistir desde dentro.

Para entender la magnitud de lo que viven, hay que mirar más allá de las cifras: las mujeres afganas siguen sin poder reanudar sus estudios más allá de la primaria –Afganistán es el único país del mundo que las excluye completamente de estos derechos básicos–. En el campo sanitario, se les ha prohibido que se formen como comadronas o enfermeras, dejando el sistema de salud aún más vulnerable. Y la imposición de estrictos códigos de vestimenta que cubren todo el cuerpo, reforzados por el arresto de mujeres acusadas de no cumplirlos, es un arma más para invisibilizarlas y silenciar su voz.

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Pero, a pesar de ese entorno asfixiante, las mujeres afganas siguen luchando desde su libertad interior. Muchas han encontrado esperanza en la educación secreta, en clases de programación online o en universidades digitales creadas clandestinamente por mujeres valientes y comprometidas. Son rendijas de luz que rompen la oscuridad del control, un virus de esperanza que circula en silencio y se transforma en liberación.

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La comunidad internacional ha empezado a reaccionar. Este julio, el Tribunal Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto contra líderes talibanes por persecución sistemática contra mujeres y niñas -acciones consideradas crímenes contra la humanidad-. Pero sabemos que estos mecanismos legales no llegan a las mujeres que viven el miedo a diario. Las puertas siguen cerradas para ellas. Por eso, hay una responsabilidad colectiva de no olvidar. A través del relato personal, del acompañamiento, de las acciones pequeñas pero constantes, podemos empezar a abrir juntas estas puertas.

La libertad comienza cuando una mujer, marcada por el silencio impuesto, decide pensar libremente. Cuando mantiene en su interior aquella imagen de la jaula con una puerta. Y cuando, convencida de que puede hacerlo, pone la llave y la abre. Ésta no es sólo una lección del pasado: es una promesa de futuro para todas.