Juan Carlos I: un regreso que agrava la crisis de la monarquía

BarcelonaDe todos los posibles escenarios para el regreso de Juan Carlos I a España, el rey emérito ha elegido el peor, al menos el que más perjudica la imagen de la Corona y los esfuerzos, más cosméticos que reales, de Felipe VI para recuperar el prestigio de la institución. Dos años después de irse a una especie de exilio dorado en Abu Dabi mientras se resolvían sus problemas con la justicia, Juan Carlos I ha aterrizado este jueves a España, pero no con la intención de ofrecer unas explicaciones a la ciudadanía que todavía no ha dado sobre su comportamiento, sino para participar en una regata con sus amigos. Como si nada hubiera pasado durante estos dos años. Como si no existiera el contenido de los decretos archivados por la Fiscalía del Tribunal Supremo, en los que se relatan comportamientos claramente delictivos, pero que, por distintos motivos, por ejemplo la inviolabilidad que le garantiza la Constitución o las regularizaciones de última hora ante Hacienda, no son ahora perseguibles por la justicia.

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Se demuestra, de nuevo, que el rey emérito no asume ni lo que ha hecho ni el deterioro que ha sufrido su imagen. Tampoco estará muy bien asesorado, porque, con un mínimo de sentido común, alguien debería haberle advertido que su regreso no podía tener un componente festivo y de ocio como el que le espera en Sanxenxo. La incomodidad en la casa real y también en el gobierno del Estado es evidente, incluso entre las filas del PSOE, el partido clave en el sostenimiento de la monarquía en España y que ahora es el principal aliado de Felipe VI para intentar enderezar la crisis. La situación es especialmente delicada para Felipe VI, porque se encuentra entre dos fuegos. Por un lado, existe un sector monárquico conservador, que representan al PP y Vox, que reivindica la figura de Juan Carlos I y presiona a su hijo para que rehaga la relación y facilite el retorno del emérito. Por otro lado, está la realidad de una sociedad española cada vez más alejada de la institución monárquica, a la que no le convencen las presuntas medidas modernizadoras que ha emprendido la Zarzuela y que quisiera que el rey emérito hubiera sido juzgado como cualquier otro ciudadano.

Los equilibrios que Felipe VI ha mantenido durante estos dos años de ausencia de su padre pueden romperse ahora con las imágenes de Juan Carlos I de regata en Sanxenxo y con la fotografía de familia que todos se harán el lunes en la Zarzuela, antes de que emérito tome el vuelo de regreso a Abu Dabi. Juan Carlos I quiere convertir este viaje en un test para ver cómo reacciona la sociedad española, pero en realidad el único feedback que tendrá será el de su entorno más cercano, que no es nada representativo. Los tiempos en los que era una figura popular y recibía baños de masas han pasado a la historia. Las investigaciones judiciales y las revelaciones de su examante Corinna Larsen han sacado a la luz pública que el jefe del Estado era también un comisionista y un evasor fiscal. Y en lugar de rendir cuentas ante quienes le pagaron el sueldo durante muchos años, Juan Carlos I ha optado por irse de regatas a casa de un amigo y agravar así la crisis de la monarquía.