¿Qué nos jugamos en las elecciones americanas?

1. Insolencia. Los grandes magnates americanos del capitalismo financiero y digital, con capacidad de penetración casi en todas partes, tienen una tendencia a la incontinencia, una expresión de impunidad a la hora de mostrar su poder y exhibir su omnipotencia, que encaja en el nuevo sistema de comunicación global y que choca con la natural tendencia a la contención de las figuras del capitalismo europeo, en las que el placer de hacer ruido no había penetrado demasiado. Naturalmente, este espectáculo lo lideran quienes por la vía digital están consiguiendo una incidencia casi universal. Sus formas dejan entrever que para ellos no existen límites. Elon Musk ha llevado al extremo ese exhibicionismo en su campaña para hacer ganar a Trump, es decir, para tener un muñeco en la Casa Blanca.

Sin embargo, este exhibicionismo tiene una virtud: no engaña, dicen lo que piensan y lo que quieren. No tienen vergüenza porque creen que nadie se atreverá a plantarles cara. Una escenificación de la insolencia que no hace reír porque va de verdad. De distintas formas estas voces van insistiendo en una idea que es Peter Thiel quien la ha expresado con más precisión: “La libertad es incompatible con la democracia”. Es la manera más ingenua, si se quiere decir así, de explicar lo que buscan: neutralizar los mecanismos de la democracia que dan voz y poder a la ciudadanía, para que ellos puedan permitírselo casi todo, sin encontrar un gobernante o un juez que les pare los pies.

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No es que consideren que la sociedad es poco democrática, sino que lo es demasiado para sus planes, en una especie de liberalismo sin control que es lo que les induce a buscar un empleo del poder y de las instituciones que les dé barra libre. Con la lógica consecuencia de limitar el bienestar de la mayoría y concentrar el poder en unos pocos. Y lo más grave es que una parte de la población cae, y que las derechas y extremas derechas autoritarias ya se han puesto a su disposición. Lo vemos todos los días en Europa, con la evolución hacia el autoritarismo posdemocrático, que es el camino que Musk y Trump han emprendido juntos desvergonzadamente –aprovechando además las carencias del sistema americano, donde, por ejemplo, los miembros del Tribunal Supremo los nombra en parte el presidente, y Trump ya tiene mayoría: así se explica que una persona que carga con treinta y cuatro condenas penales pueda ser candidato–. Desde esta misma perspectiva debe entenderse la complacencia de Trump y compañía con el autoritarismo ruso. Dibujando desde ahora una potencial alianza con Putin –instalado sobre la versión rusa del capitalismo sin límites para quienes mandan– para acorralar a Europa.

2. Neopopulismo. ¿Realmente de Donald Trump a Kamala Harris hay tantas diferencias como para que la victoria de uno u otro cambie las expectativas del mundo? Las instituciones americanas están muy ancladas en el pasado, marcadas por la inercia conservadora. Cualquier reforma exige mayorías muy grandes que las hacen casi imposibles. Y los republicanos juegan con ventaja porque los sistemas de elección de los tres poderes –legislativo, ejecutivo y judicial– están muy desequilibrados en la medida en que los estados más despoblados y conservadores están claramente sobrerrepresentados. Por decirlo rápido, Donald Trump podría ser presidente con millones de votos menos que Kamala Harris y, en cambio, lo contrario es imposible. De hecho, ya ocurrió cuando ganó la presidencia pese a sacar 2,8 millones de votos menos que Hillary Clinton. Gane quien gane, este nuevo capitalismo digital de los magnates ejercerá su fuerza y calará.

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Pero a pesar de los vicios estructurales, no es lo mismo Harris que Trump, porque los demócratas todavía representan a una América liberal y culta que tiene en sus grandes ciudades y en los estados más desarrollados un capital importante. Hacia dónde se decante la partida es crucial para Europa, donde la amenaza autoritaria crece día a día y una administración Trump le daría el empuje definitivo. Las reiteradas referencias del candidato a hablar con Putin y resolver la guerra de Ucrania y lo que haga falta es un signo claro de lo que se busca: aislar y someter ese estorbo que es para ellos lo que queda de una Europa anclada –cada un poco menos, hay que decirlo– en sus tradiciones liberales, conservadoras y socialdemócratas. No olvidemos que ahora mismo solo un 30% de los ciudadanos del mundo viven en democracias. Los populismos, dice Massimo Cacciari, son fenómenos de resistencia reaccionaria que a la larga son impotentes y fracasan. ¿En el universo digital también? Esta es la cuestión.