¿Juzgaremos alguna vez a Vladímir Putin?
¿Podremos juzgar alguna vez a Putin, sus ministros, mandos militares y todos aquellos que opten por cometer crímenes contra la humanidad?
Juzgar los crímenes de una guerra no es sencillo por diferentes factores. A pesar de que haya muchas imágenes de escombros y cadáveres, determinar quién hizo qué y cómo no es nada fácil. Para condenar en un proceso necesitamos pruebas de la participación del acusado en los hechos, también en los casos de los crímenes contra la humanidad, porque no podemos prescindir de la presunción de inocencia, clave de bóveda del proceso penal. Queremos juzgar para saber si podemos condenar o absolver y no porque queramos condenar de buenas a primeras. Ayuda mucho la llamada teoría del dominio del hecho, que ya fue útil para juzgar algunos crímenes nazis. Establece un indicio de culpabilidad muy poderoso: todo aquel que estuviera en una posición de mando que le permitiera impedir los delitos, o sin cuyas órdenes sería inverosímil que se hubieran cometido, tiene que ser condenado a pesar de no haber prueba de su implicación directa en hechos violentos concretos. La defensa de Putin y su gobierno sería muy difícil.
Pero hay más. Necesitamos un juez independiente e imparcial y, además, que sea nombrado con carácter previo por una norma jurídica no hecha específicamente para el caso concreto, es decir, que respete el llamado derecho al juez legal. Para juzgar a los nazis, y después en otras ocasiones –como con los crímenes de guerra de la antigua Yugoslavia–, como no existían estos tribunales se optó por crear unos jueces ad hoc, es decir, para el caso concreto. Por lo tanto, se prescindió del “derecho al juez legal” –que garantiza la independencia judicial– para no aplicar a los acusados penas sin un proceso judicial previo, como se había hecho siempre antes en la historia. Tampoco podemos considerar que el tribunal de Nuremberg fuera imparcial, porque había sido designado por los vencedores. Al menos el de la antigua Yugoslavia fue creado por Naciones Unidas. Fueron, por lo tanto, adelantos insuficientes, pero sirvieron para avanzar hacia la creación de un Tribunal Penal Internacional, que es el que tenemos desde 2002 con sede en la Haya. Es decir, un tribunal verdaderamente independiente e imparcial.
Podrán ser juzgados Putin y los suyos. A pesar de que Rusia no ha reconocido este tribunal –igual que, de manera vergonzosa, tampoco lo ha hecho EE.UU., a pesar de intentarlo de buena fe Bill Clinton–, dado que los crímenes se han cometido fuera de Rusia, Ucrania puede dar sin problemas su consentimiento, como ya ha hecho, para llevar el caso a la Haya. Y es que, a pesar de que quizá querrían hacer el proceso los propios ucranianos, no es posible encontrar en Ucrania, después de todo lo que ha pasado, ni un solo ciudadano imparcial que pudiera hacer de juez. Después de las agresiones sufridas por su gente, la carga emocional es tan fuerte que es descartable la más mínima objetividad en cualquier ucraniano y es lógico, pero no podemos dejar de lado el derecho al juez independiente e imparcial si queremos hacer un auténtico proceso judicial y no una farsa. De hecho, algún día todos los estados tendrían que traspasar el conocimiento de todos los crímenes contra la humanidad al tribunal de la Haya, particularmente los cometidos en el propio territorio, por las mismas razones emocionales que las mencionadas antes, además de las dificultades políticas de todo tipo que ponen en cuestión la independencia judicial en estos casos. Los crímenes del franquismo en España serían un magnífico ejemplo de las dificultades inmensas que encuentran estos procesos allí donde se han cometido los hechos.
Ahora bien, ¿podremos encontrar alguna vez a Putin y los suyos? La hipótesis no es sencilla. Haría falta un cambio de régimen en Rusia que lo derribara y que, igual que hizo Serbia con Milosević, Karadzic o Mladic, el Gobierno ruso del momento los entregara al tribunal de la Haya. Complicado, pero no imposible. Igualmente difícil de concebir es una invasión extranjera en Rusia para arrestarlos.
Otra hipótesis es que, igual que pasó con algunos nazis e intentaron también algunos serbios, los responsables intenten desaparecer, vía suicidio, como Hitler, Goebbels o, finalmente, Himmler y Goering, o intenten escapar, como los últimos dos o el propio Mussolini –con un final parecido al de Gadafi–, o lleguen a hacerlo, como Mengele o Priebke, viviendo libres hasta la muerte o largos años en otro país de manera anónima o casi. Sin embargo, el mundo ha cambiado. Putin y los suyos difícilmente encontrarían refugios cómodos y seguros, entregas de extradiciones o de secuestros internacionales como el de Eichmann.
Última hipótesis: acaba la guerra; pasan los años; llega el olvido y vuelve el negocio. Nadie pensará en juzgar a nadie.