Lee el premio Ramon Llull sin saber quién fue Ramon Llull
No habrá lecturas obligatorias en la selectividad. Por tanto, puede ocurrir que un joven lector se compre el premio Ramon Llull de novela y no haya leído al autor que da nombre al premio, que hace de eslabón de transmisión: Ramon Llull. Para una literatura como la nuestra –que no será, ya, “una literatura”–, el hecho es tan dramático que, ya, da igual. Como el hecho de que en la escuela no se enseñe lo que hizo Bach o lo que hicieron The Beatles. Escribí una ficción para Catalunya Ràdio, que quería ser una distopía. Una profesora secuestraba a los alumnos para enseñarles literatura, porque no era obligatoria. Hay que estrenar este próximo año u otro y ya no es una distopía.
Paralelamente, el comité de expertos te dice que en la escuela, cada vez más, deben enseñarse cosas prácticas como cocinar, planchar o ir de compras. Son trabajos que –como quitarse el carnet de conducir– son difíciles o fáciles dependiendo del interés del interfecto. “No puede ser –nos dicen– que los chicos no entiendan la importancia de comer y no sepan hacer un huevo frito”. Y estoy de acuerdo. Tienen que comprender esta importancia, pero la de Ramon Llull, también.
Si en la escuela enseñamos a los chicos a hacer menús equilibrados ya plancharse la camiseta (cosas útiles que se enseñaban en casa, porque tampoco tienen tanto misterio) tendremos que enseñar en casa a leer a Ramon Llull. No todo el mundo, claro. Los que podamos. Planchar es útil, Ramon Llull es del todo inútil. Planchar les interesa, deben salir de fiesta; Ramon Llull no les interesa, no sirve para nada.
Yo diría que, tal y como van las cosas, deberíamos hacer que la alfabetización no fuera obligatoria. ¿Para qué te sirve saber qué es una metáfora, si nunca leerás una metáfora? Yo, en casa, obligaré a leer, cómo obligo a comer verdura buena, que cuesta, también. Pero habrá quien no sabrá hacerlo. Si entonces me sale alguien a explicar que no sé qué de la brecha, sacaré el machete.