El legado de Ada Colau

Ada Colau se marcha. No sabemos si será un adiós definitivo, pero sí que la líder de Barcelona en Comú abandona el ayuntamiento de la capital catalana por primera vez desde junio del 2015, cuando su elección como alcaldesa fue celebrada por miles de personas en la plaza Sant Jaume. Una imagen muy distinta a la del 2019, cuando el exactivista volvió a conseguir la alcaldía, pero esta vez gracias a los votos del ex primer ministro francés Manuel Valls ya pesar de la victoria electoral del republicano Ernest Maragall, lo que le costó la enemistad eterna de buena parte del electorado independentista. Quizás el contraste de estas dos imágenes, la fiesta popular del 2015 y la victoria entre protestas del 2019, resuma el contradictorio paso de Colau por la política municipal barcelonesa.

El exportavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) fue una de las representantes más paradigmáticas de la llamada nueva política surgida a partir del movimiento 15-M y la creación de Podemos en el 2014. Una activista social –mujer y de clase popular– le ganó las elecciones a Xavier Trias, símbolo de las políticas de austeridad que habían provocado las mayores protestas sociales desde la Transición. El carisma de Colau fue fundamental en la inesperada victoria de una coalición de partidos y activistas que, a grandes rasgos, ha mantenido una sorprendente cohesión durante 10 años, en contraste con las guerras intestinas retransmitidas en directo de otras organizaciones de la nueva política.

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El legado más visible de los gobiernos de Colau será la transformación urbana, con las polémicas supermanzanas y ejes verdes como símbolos de la batalla para reverdir la ciudad y recuperar espacio público para las personas (o la guerra contra el coche, según sus oponentes). Como suele ocurrir en la historia de las ciudades, lo que parecieron cambios radicales pronto empezarán a percibirse como de sentido común o incluso insuficientes (300.000 vehículos privados siguen atravesando cada día Barcelona, ​​una de las urbes más densas de Europa).

Pero el más transformador de la acción de gobierno de los comunes probablemente no fue el urbanismo, sino el impulso inédito a las políticas sociales, feministas y de vivienda –aunque el efecto positivo de estas últimas se vio contrarrestado por la escalada del mercado del alquiler en las grandes ciudades españolas durante los últimos años de gobierno de Colau, un ejemplo de las limitaciones de la política municipal que atenuaron las enormes expectativas de cambio despertadas en el 2015.

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Los dos mandatos de Colau al frente del Ayuntamiento de Barcelona se vieron sacudidos por la pandemia, el proceso independentista y la tormentosa relación con el Partido Socialista. Los posicionamientos cambiantes sobre estos dos ejes fueron desgastando a los comunes y su líder, que perdió la imagen de frescura inicial para convertirse en una de las figuras que más polarizan de la política catalana, adorada por los suyos y rechazada por un porcentaje creciente del electorado.

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Otro factor clave de la paulatina bajada de la popularidad de Colau –además del desgaste habitual de los gobernantes y la pandemia– fue la guerra judicial iniciada por ciertos elementos delestablishment económico y político de la Ciudad Condal. La alcaldesa y su equipo se vieron ahogados por un alud de denuncias nunca vista en el ayuntamiento, con sus correspondientes portadas e informativos acusatorios, aunque siempre quedaran en nada.

La memoria del paso de Ada Colau por la alcaldía despertará tantas contradicciones como su figura y su acción de gobierno, aunque el paso del tiempo suele suavizar las críticas. Algunos insistirán en sus giros tácticos –como el momento Valls y la investidura sorpresa de Jaume Collboni en el 2023–, señalándola como una política más empeñada en aferrarse al poder a cualquier precio. Otros preferirán recordar que una activista sin experiencia política logró gobernar una gran capital europea durante 8 años y cambiar radicalmente la orientación de políticas fundamentales. Seguramente en algún lugar intermedio, entre la plaza Sant Jaume cubierta de flores del 2015 y los gritos airados del 2019, está la verdad del legado de Ada Colau.

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