Más leña a la deriva autoritaria
1. Iliberal. El presidente Macron ya ha dado el paso. Uno más. Él, el ilustrado, el hombre seguro de sí mismo que parecía que siempre iba a marcar el paso, resulta que ya hace como todos los hombrecillos de la derecha: seguir el camino que la extrema derecha marca, consolidando la deriva autoritaria de Europa. Y haciéndolo por el camino más fácil, más demagógico, más grosero y más grave porque afecta a los derechos y la dignidad de las personas y castiga a los que están con más desventaja. El derecho de sangre (la filiación) se impone sobre el derecho de suelo (nacimiento y residencia). Un hijo de padres extranjeros, habiendo nacido y vivido en Francia, no tiene los mismos derechos que un hijo de franceses. Y al mismo tiempo se hace aún más precaria la situación de quienes llevan poco tiempo o llegan a la desesperada.
La nueva ley de inmigración ha hecho estallar el macronismo. Fue aprobada con el voto del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, que lidera la extrema derecha con fundadas aspiraciones presidenciales, de los Republicanos, herederos de la derecha tradicional, y de tres cuartas partes de los representantes de la coalición de Macron. Doble revuelta: una cuarta parte de sus diputados se desmarcó del presidente. Y el ministro de Sanidad, Aurélien Rousseau, ha dimitido. "¿Qué queda de la "prioridad salud"?", se pregunta Le Monde.
Dicho de otro modo, el fenómeno Macron se desdibuja. Se desplaza, al ritmo de los tiempos, hacia la derecha, dejando con palmo de nariz los sectores liberales o de la izquierda que le acompañaban. Al final resultará que el destino de Macron era la desazón iliberal. Llegó exhibiendo una autoestima que hacía pensar que creía que todo le era posible. Pero desde su reelección no hace más que mermar, mientras Le Pen no para de crecer. ¿Qué busca el presidente en ese viaje a los territorios opacos de las derechas radicalizadas? Él, que quería ser recordado como el primer gran liberal de la V República, situándose en la estela de la extrema derecha se abre a poner en cuestión derechos fundamentales que definen a la democracia, en cuyo nombre, precisamente, Macron construyó su figura. Françoise Fressoz lo ha expresado en Le Monde con contundencia: "La crisis política en torno al proyecto de ley de inmigración es un momento de la verdad en que se conjugan todas las fragilidades del mandato de Macron". Y así se va desdibujando la figura mesiánica de quien ocupa el poder presidencial, clave de bóveda de la V República.
2. Inquietante. Ir del derecho de suelo al derecho de sangre no deja de ser una vuelta a un pasado que ya no computa fácilmente en sociedades tan complejas. Y aunque la retórica de las naciones se ha construido sobre la lógica excluyente de los nuestros y los demás, hace tiempo que está entendido que la fuerza de una sociedad está en su capacidad inclusiva. Y que una de las expresiones de crisis de una sociedad es la incapacidad de aceptar la complejidad. Algo que siempre –como estamos viendo ahora en España– da alas a la extrema derecha, quienes piensan que hay una sola manera de entender un país, y que debería ser obligatoria.
Las pulsiones patrióticas respiran mucho de las pulsiones religiosas, que están en su origen, y por eso mueven en el territorio mítico, trascendental, de la identidad como absoluto. Precisamente, la complejidad de la composición de las sociedades actuales, empezando por los países más avanzados, requiere una pluralidad de referentes que difícilmente pueden conjugarse en torno a una sola idea o identidad. Y cuando funciona, la capacidad de inclusión de las instituciones democráticas es la mejor garantía de hacer viable la diversidad. En sociedades cargadas de historia pero abiertas al mundo, pretender imponer el privilegio de sangre, las razones de los de toda la vida, a los demás, lleva inevitablemente a la discriminación y al abuso de poder. Y ningún país, Cataluña incluida, está libre de estas tentaciones (como receptor y como actor), que tienen mucho que ver con la tendencia al alza de la extrema derecha y con el desplazamiento de la derecha hacia el autoritarismo postdemocrático. Esto es, con la negación de la igualdad de derechos y deberes entre ciudadanos. Por estas razones, la deriva cínica de Macron –él mismo reconoce que la nueva ley puede ser inconstitucional– es indiciaria y especialmente inquietante.