Liberarse del odio hacia el propio cuerpo
Hace poco leía el tuit de una chica que explicaba que de pequeña había deseado tener la tenia para adelgazar. Aquello me resonó mucho. Me transportó años atrás, cuando en mi adolescencia alguna vez deseé lo mismo. Y a raíz de este recuerdo reafirmé una convicción: la presión estética es estructural. Nos educan desde muy pequeñas para odiar nuestro cuerpo, para nunca estar conformes, para perseguir un ideal imposible.
En aquella época pensaba muchísimo en el cuerpo y en la belleza, pero no desde una vertiente egocéntrica, no. Hice mil dietas, probé de todo. Si describo con una palabra aquellos momentos, es angustia. Angustia por no ser perfecta, por no cumplir con los cánones de belleza, angustia y miedo de no ser aceptada. Era mi peor amiga o mi mejor enemiga, decidlo como queráis. Pero por suerte el feminismo apareció en mi vida, me liberó de todo aquel sufrimiento y llegó el gran clic que me acercó las herramientas para poner el foco en el sistema y en las opresiones estructurales existentes, y mi mirada cambió de dirección: ahora iba hacia fuera, y no hacia dentro como hasta entonces. Así es como te das cuenta de que lo que te ha pasado a ti, otras muchas lo han vivido.
Siempre me he imaginado el patriarcado como una especie de calamar gigante con muchos tentáculos entrelazados entre sí. Uno de estos tentáculos es la presión estética, que nos ahoga y marca cómo tienen que ser los hombres y especialmente las mujeres. De hecho, según datos de Asociación contra la Anorexia y la Bulimia, 9 de cada 10 casos de trastornos de la conducta alimentaria afectan a las mujeres, unos trastornos que representan la tercera enfermedad crónica entre la población femenina adolescente de las sociedades desarrolladas y occidentalizadas. El patriarcado nos ha querido preocupadas por el cuerpo, por el amor romántico y por la aceptación del género masculino. Y, tristes y preocupadas por adelgazar, hemos perdido tiempo para hacer revoluciones personales y colectivas.
Para la liberación, es clave llegar al punto de entender que las estructuras están pensadas para hacernos infelices en un mundo de consumo. Hace falta colectivizar las angustias, entendiendo que, por ejemplo, yo no me sentía mal por voluntad propia, sino por ser parte de un sistema capitalista y sexista que marca lo que es deseable y lo que no. Hay que poder compartir las vivencias propias en espacios feministas para darnos cuenta de que lo que nos ha podido pasar a menudo responde a unas estructuras sociales que nos quieren preocupadas por nuestro cuerpo y angustiadas por no poder llegar nunca a aquel imposible estético. Todo esto nos aboca al sufrimiento más absoluto (el odio hacia una misma, posibles trastornos mentales) en una vivencia exclusivamente personal. Y poder identificar los patrones libera muchísimo.
Tener una relación sana, amorosa y saludable con tu cuerpo no es nada fácil. Amar tu dimensión corporal, aceptando también las imperfecciones como lo que son, no es un camino llano. El camino de la autoaceptación es sinuoso. Tiene altibajos. Pero el reto de quererte es de los proyectos más bonitos. Aprender a quererte bien. A ver las imperfecciones como lo que son, nada más y nada menos, sin que determinen el valor personal ni haciéndolas el centro de la vida ni del malestar o de la felicidad.
Reeducar la mirada no es fácil. Me sorprendo a mí misma con pensamientos gordofóbicos que me daría vergüenza decir en voz alta. Pero los pienso. No nos engañemos, es muy difícil ir contracorriente oponiéndose a un sistema con unos engranajes que encajan a la perfección. La trampa estará siempre latente. Viendo el programa de Tv3 Quan arribin els marcians sobre la presión estética, que se emitió en septiembre, me identifiqué con un patrón: no hace falta que tengas un cuerpo muy alejado de la normatividad para sentir la presión estética. La presión está, te afecte en más o menos grado.
Y de esto va la vida, de las pequeñas grandes batallas que vas superando a lo largo del tiempo y que te acercan a vivir cada vez más cómoda en tu cuerpo. Para conseguirlo, sin embargo, es capital señalar los condicionantes materiales y sistémicos que provocan un malestar general. Recordamos las cifras de trastornos de salud mental que se han agravado por la pandemia, pero que ya arrastrábamos desde mucho antes, porque el sistema nos aboca a esta infelicidad y a esta situación precaria de consumismo capitalista e individualismo feroz, que nos crea un malestar insoportable e incompatible con la vida.
Para revertir todo esto, hay que ir al centro del imaginario colectivo. A la imagen estética imperante. Y aquí es donde las series, películas o revistas que crean relato son tan importantes. Los personajes y los cuerpos que las nutren tienen que ser más plurales, y solo así se podrán cambiar mentalidades. En este sentido, por ejemplo, en el Reino Unido han prohibido retocar las fotografías de Instagram sin avisar. Es un pequeño primer paso. Hay que seguir haciendo camino.