La Liga del Bon Rot

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La estación de Bogatell del metro de Barcelona

Se dice, pero no se puede confirmar. ¿Catalunya va camino de ser uno de los países con peor educados por centímetro cúbico? Al menos desde los días de Sunifred I el interrogante vive con nosotros. El conde estaba hasta las narices. Cuando intentaba salir del de metro con sus hijos (Guifré, Quíxol, Sesenanda, Sunifred, Miró, Radulf y Riculf) había seres que les empujaban porque querían entrar primeros en saco en el vagón. Y todo era así: no dejaban sentarse a las personas mayores; gritos de posesión demoníaca hablando con el móvil; malas palabras, escarnios, insultos, escupitajos, vómitos, mocos... Bufete libre de lo que queráis. Por tanto: el mundo gira pero no avanza.

Siempre hay alguien que intenta cambiar las cosas. Ricard Aragó Turón fue un cura que era conocido con el apodo de Ivon el Escop. Era como un superhéroe que creó una especie de Marvel de la buena educación: la Liga del Bon Mot. Luchaban por el bien hablar. Contra la blasfemia, la grosería, los tacos. Sacudió a Catalunya: carteles, hojas, artículos, conferencias, mítines, encuentros, premios, diplomas... Aquello fue la rehostia santa y consagrada. Perdón... El movimiento léxico purificador nacido en 1908 se alargó, moribundo, hasta 1963. En filas, muchos: Enric Prat de la Riba, Francisco Cambó, Josep Carner... y Joan Maragall, uno de los grandes hooligans. Vea qué tortazo empalmado el del poeta del soplo bien golpeado:

“Sí; el pueblo catalán es muy malhablado: he aquí la gorda tara de este pueblo. Da pena, da vergüenza, da piedad, da asco sentir nuestra lengua tan bajamente empleada [...] No necesita ira, al taco de nuestro pueblo: reniega por vicio, por pereza de expresión, por voluntad de revolcarse en lo ínfimo [...] porque nadie de nosotros está libre. [...] porque si la palabra no salva la palabra, ¿qué la salvará? Si el corazón del hombre no mueve el corazón del hombre, ¿qué le moverá? Y si esto no comienza dentro de cada uno de nosotros, mal obrará en el alma catalana. Y debemos salvarla [...] Y cada vez que abrimos la boca, es la vida o la muerte por ella: es nuestra dignidad humana en peligro. Alerta”.

Esto, llama al somatén. Algunos renegaron, blasfemaron, se mearon, cagaron, contra la Liga del Bon Mot y llamaban La Liga del Bon Rot. Por supuesto. Mejor petar que reventar. De hecho, la Liga, la buena, la real, la verdadera es la del eructo, el eructo, el volcán de boca que no se equivoca. Hoy, como ayer, veis a esa señora, a ese niño, o a ese mandril, a quien toda esa gentuza, patuleia, purria, churma, los escupe en la cara. Vean que no les dejan sentarse en el metro, porque ni se apartan por mal de morir. Por esa holgazanería existencial de unos no seres que no sirven ni para candidatos a protón de una bomba nuclear. Qué fauna estos maleducados profesionales, de carrera, de vocación. Esta purrialla a la que les molesta que los demás existimos porque les hacemos jaque a su existencia de nevera vacía y deshelada. Pues cuando ocurre esto, sale de dentro de nosotros la Liga del Bon Rot y aquella abuela con permanente incandescente de color canelones, o aquel niño con ademán de piruleta hipnótica, dispara la ametralladora y les dice: drópols, malparidos, mantas, pótulos, cago 'lo coño bendecido, cago suyo y tuyo, mal rayo te mate, trozo de mierda seca, no me toques más lo que no suena y lo que suena, que te folle un pez, y una hormiga, y un marsupial, y una gallina tullida, bórnia, coja y oligofrénica, ¡ve a parir panteras! Un festival. ¡Viva la Liga del Bon Rot!

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