Ligados de pies y manos

Una de las cosas que más me sublevan es que las reivindicaciones sociales olviden de forma sistemática el marco de depredación fiscal en el que vive nuestro país. Quizás no hace falta hacer la historia de este abuso, hecha con suficiente detalle y rigor por Ramon Trias Fargas y su Narración de una asfixia premeditada,una obra de la que este año cumplirá cuarenta años de la primera edición. Nos basta con las cifras que la propia administración da por buenas: los famosos 22.000 millones que los catalanes del Principado pagamos cada año en impuestos y que no vuelven.

Da igual que sea un sindicato de médicos cargado de buenas razones sobre la degradación de lo que había sido un sistema sanitario admirado internacionalmente, un lobi educativo encaminado en la igualdad educativa, una vieja patronal que quiere más apoyo para la innovación, o si se trata del "sindicato" de inquilinos, y tantos otros. Es incomprensible que en sus exigencias al Gobierno de la Generalitat estas organizaciones no tengan siempre, siempre, siempre presente que la mayoría de los déficits que denuncian tienen su origen en una asfixia fiscal que sitúa al país muy por debajo de lo que le correspondería por su capacidad de producir riqueza.

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Me ocurre exactamente lo mismo en las defensas de la lengua catalana que se limitan a apelar al voluntarismo de los hablantes. Tienen razón: son los hablantes, hablándole, que guerrean la batalla por la lengua. Después de todo, el termómetro de la salud del catalán siempre se pone bajo la lengua de quien habla. Pero la fiebre no desvela la causa de la infección. Es cierto que la batalla se libra allá donde se confrontan el catalanohablante que pide un café con leche y el camarero que no lo entiende, o entre el repartidor de Amazon y el receptor de la mercancía que da por supuesto que un trabajador mal pagado es improbable que hable catalán. Pero la guerra la hacen otros generales en otros frentes. Es decir, que existe una relación estructural de poder desigual entre la lengua española y la catalana, tenazmente mantenida, y que es la que explica nuestras batallas, nuestros retrocesos y nuestras derrotas.

Quizás no encontraríamos un ejemplo más claro de esta desigualdad de poderes en la cantinela tan repetida que el catalán no debe hacerse antipático. No lo oímos decir de la lengua española, que se ve que sí tiene derecho a imponerse en la escuela a golpe de denuncia a los tribunales, o menospreciando a la clientela. Y, en cambio, sí se dice cuando se quieren hacer cumplir nuestras propias leyes en comercios y empresas, porque se ve que ponerles una sanción nos haría antipáticos, ¡ay! La desigualdad entre quien puede permitirse ser arrogante para imponer su voluntad y quien debe ser simpático para evitar molestar a los demás es la expresión más genuina de un sistema de dominación que, si no quiere decirlo colonial, ponga el nombre que más le apetece.

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Pero no. Lo que más me subleva no es que el Estado español tenga un proyecto nacional de homogeneización cultural y lingüística y que sea voraz con las colonias en el terreno económico. Lo que me sorprende e indigna es la facilidad con la que aquí se ignora tanto el maltrato fiscal como el lingüístico. Parece que por ser resultado de situaciones estructurales, deba darse por supuesto. En la práctica, el marco mental desde el que se realizan las críticas, pero también de las respuestas que se les da desde las instancias de poder autonómico, asume como inevitable la dominación que lleva asociada la violencia fiscal y lingüística ejercida. Se trata de una injusticia fiscal e inversora por parte del Estado, y de una arrogancia lingüística incorporada en este chip de la Hispanidad que ahora ya sabemos que es un paraguas cultural que permite no tener que distinguir entre extranjeros y españoles, que van intrínsecamente incorporadas a la letra de la autonomía y al espíritu de los autonomos.

Soy partidario, verdad, de los combates en la calle para mantener el catalán. Y también en zoco de los pactos por conseguir, aunque sea cerca del día del juicio final, una mejor financiación singular para todas las autonomías. E incluso, si es necesario, me llevo a dejar que Europa traspase a OpenAI toda la gestión de la diversidad lingüística –para todas las lenguas, claro está– y destine el ahorro a la promoción de su diversidad.

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Pero nadie debería olvidar que en el combate por la prosperidad económica, por la justicia social, por la vitalidad cultural y de la lengua, los catalanes de todo el dominio lingüístico vamos atados de pies y manos. Y todo el mundo debería ser consciente de que ignorarlo, no repetirlo siempre y hasta la saciedad, es hacerse cómplice. Sí: ¡el colaboracionismo, consciente o inconsciente, también nos tiene atados de pies y manos!