Macron y el efecto bandera
PeriodistaHa sido una campaña excepcional: en las postrimerías de una pandemia global y en medio de una guerra en Ucrania; una no campaña, si pensamos en la ausencia de debate en la calle y las pocas ganas del candidato a la reelección de arremangarse y entrar en el cuerpo a cuerpo electoral. Emmanuel Macron ha preferido la diplomacia de guerra y su apretada agenda internacional -presidiendo cumbres europeas en la opulencia del Palacio de Versalles o coordinando sanciones con sus homólogos de la UE, el G-7 y la OTAN- como escenario ideal para proyectar el poder y el liderazgo que ahora se tiene que volver a ganar en casa. En los últimos cuatro meses, Macron ha mantenido hasta 17 conversaciones telefónicas con Vladímir Putin y 25 con Volodímir Zelenski, todo esto mientras ocupa también la presidencia rotatoria de la Unión Europea.
Aun así, la duda, tanto para Macron como para la UE, está en cuánto puede durar el llamado “efecto bandera”, que ha favorecido el cierre de filas alrededor de la figura presidencial y ha reforzado la transformación geopolítica de la Unión. La misma guerra que fortaleció el liderazgo internacional del presidente francés también agrava la presión económica sobre una clase media empobrecida, que hace tiempo que arrastra un malestar evidente en las urnas y en la protesta en todo el país.
Según una encuesta del 28 de marzo del diario Le Monde, el impacto de la guerra ha ido perdiendo preeminencia: solo el 23% de los encuestados admiten que tendrá importancia en su voto, 10 puntos menos que dos semanas antes. En cambio, la atención se centra ahora en las consecuencias económicas de la crisis de Ucrania: el 43% de los encuestados afirman que están “muy preocupados”.
La Europa de Macron
La guerra en Ucrania ha reforzado algunos de los pilares básicos de la visión macronista para la Unión. El actual inquilino del Elíseo fue el precursor de la recuperación del concepto de poder asociado a la UE, con su emblemático discurso pronunciado en la Sorbona en 2017 y, el enero pasado, en la presentación de las prioridades de la presidencia francesa de la UE, reclamaba un impulso sustancial en las políticas de defensa común. Unos meses después, con una guerra y miles de muertos en sus fronteras, la UE ha entrado en una fase de rearme y ha reforzado su unidad sancionadora y el concepto de la Europa que protege, que Macron utilizó para resucitar el malparado pilar de la Europa social. Pero, a pesar de todo, la reelección del presidente seguirá dependiendo de la agenda social; de este malestar económico, agravado ahora por el encarecimiento del coste de la energía y por la inflación que ha acompañado la recuperación pospandemia.
Macron, que en 2017 dio por muerto el eje izquierda-derecha en plena implosión del sistema tradicional de partidos, ha acabado ensanchando otras líneas divisorias profundas, sobre todo entre la élite política de París y una parte cada vez más importante del electorado. La distancia entre el presidente y Marine Le Pen -autoproclamada representante de la “Francia de los olvidados”- se ha acortado. Macron deja atrás un quinquenio marcado por el desafío de los chalecos amarillos justo cuando vuelve una nueva crisis energética. Su reelección se debate entre el miedo al cambio en tiempo de desafíos existenciales y el malestar por la vulnerabilidad acumulada.