Maestros, padres y móviles
La forma más rápida de impedir que los alumnos utilicen el móvil en la escuela es que no los tengan. Lo digo porque el próximo curso los maestros de infantil y primaria tendrán que hacer cumplir la prohibición de utilizarlo, pero los maestros no deberían encargarse de este trabajo si los padres no compraran el aparato a los suyos hijos.
Para los padres, resistir la presión de comprar un móvil o establecer un régimen de uso muy estricto es una de las tareas más duras, porque se trata de un útil útil y goloso que, a partir de determinadas edades, marca una diferencia de estatus en el seno del grupo. Pero es de suma importancia recordar que la paternidad no es un concurso de popularidad familiar. Que ser impopular entra dentro del sueldo de padre y madre, y que educar es, en buena medida, saber poner límites. Digo saberlos poner (más que ponerlos a secas) porque tan importante como poner barreras es, simultáneamente, abrir mundos, despertar intereses o acompañar curiosidades. Y es fundamental que los hijos tengan conciencia de que hay cosas que no pueden hacer porque los padres tienen la última palabra, o porque las cosas valen dinero, sencillamente. Tan importante como vean coherencia en el comportamiento de los padres. Si hacemos discursos diciendo que el móvil distrae y abstrae, lo que no podemos hacer es sacarlo a media conversación.
Puede parecer que la recompensa a tantos afanes pedagógicos tarda mucho en llegar, pero eso es idealizar el agradecimiento. La recompensa es inmediata cuando los niños aprenden a dominar un impulso que puede llegar a ser adictivo y cuando mejora su capacidad de concentración, en un momento de la vida en el que está absorbiendo muchos conocimientos.