Mamdani y la identidad

¿Cuál es la identidad de Nueva York? Como su vínculo con el país es relativo, como dejando que corra el aire, una especie de living aparte together que la vincula y libera al mismo tiempo, su identidad no se basa en una tradición exactamente compartida con el resto. No viene del pasado sino del futuro. Más que en una cultura propia, se basa en una energía común, un temperamento: velocidad, ambición, mezcla y tolerancia práctica. La ciudad ofrece oportunidades, no raíces. Por eso las calles y avenidas no tienen nombre, pero en cambio sí tienen alma. Por eso apunta tan hacia arriba y mira tan poco hacia el suelo. La idea es que es un lugar donde cada uno puede ser él mismo sin tener que participar en un nosotros previo. Y esto, que puede parecer una falta de identidad, es paradójicamente su marca de identidad.

En este marco, la victoria del flamante alcalde Mamdani no es ningún triunfo sobre la identidad propia neoyorquina, sino un triunfo que surge de ella y que la reivindica. Mamdani sería, en este sentido, más auténticamente neoyorquino que Donald Trump y su torre de la Quinta Avenida. Viene a decir que ser una ciudad global es lo contrario de ser un decorado de lujo (y menos una sublime horterada). Defender Nueva York querría decir, por lo tanto, impedir que la ciudad se debilite precisamente en lo que la hace irrepetible. Este es el mensaje profundo que Mamdani ha sabido leer: muchas cosas se pueden hacer de arriba abajo, pero la identidad solo se puede construir de abajo arriba o bien acaba rompiéndose.

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Barcelona es un caso diferente, pero puede aprender cosas: el cosmopolitismo barcelonés siempre ha fracasado cuando, desde arriba, ha ignorado la catalanidad intrínseca de la capital. No por deferencia a ningún traspaís campesino, terco e integrista, sino porque Barcelona solo puede ser catalana. Se ha abierto al mundo a su manera, con su personalidad, "my way". Por eso hace reír que el concejal de Deportes del consistorio diga que traducir "la Carrera de la Mujer" al catalán puede ser de "provincianos". Este sería justamente el modelo contrario a la apertura, la pluralidad y el cosmopolitismo que propone Mamdani: por eso acaba pareciendo un acto ridículo, hortera y madrileñizante, lo que los americanos llaman un "wannabe" de vergüenza ajena. Este olímpico pasotismo, este autoodio innato no tiene en cuenta la realidad de bajo sino que la ignora y la homogeneiza. No sé cuándo se darán cuenta de que, aquí, el gran gentrificador y el gran provincianizador en potencia, la torre dorada de Trump, autosuficiente y autista si no se le ponen límites (si no se le salva de sí mismo), es el castellano.

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Esta es la paradoja: en una determinada versión del cosmopolitismo, la apertura es tan selectiva que la cultura propia queda apartada. Por eso la comparación con Nueva York, con todas las distancias, es iluminadora. Si allí la pluralidad es la identidad misma, aquí la pluralidad solo es posible si la cultura propia vence a las corrientes homogeneizadoras. Barcelona también tiene que estar abierta a todo el mundo que quiera vivir aquí y aportar, pero, al igual que en Nueva York, esto no debe convertirla en un escenario artificial. Quienes llegan deben poder mezclarse sanamente con quienes están ahí, sin pisarse, sin hacerse la vida imposible (también en términos de igualdad de oportunidades) y sobre todo sin ignorarse.

Abrir los brazos es lo contrario a vivir de espaldas. Con demasiada frecuencia, los recién llegados y los barceloneses conviven pero no se encuentran: sabemos quiénes son, pero no los conocemos. Ellos saben perfectamente que estamos aquí, pero no se atreven o no tienen tiempo de conocernos. Y esto nos lleva a ser como los extras de Vicky Cristina Barcelona (Joel Joan, Paco Mir o Jordi Basté mirando cuadros), mientras que ellos para nosotros son solo caricaturas de brunch y de rooftop parties. Ese vacío, ese extenso espacio que no es hostil pero tampoco compartido, es el verdadero reto de Barcelona. El problema nunca ha sido la diversidad, sino el precipicio y el silencio que algunos quieren excavar entre unos y otros. En Nueva York, Mamdani gana precisamente porque defiende la cohesión urbana sin homogeneizar. En Barcelona, el reto es parecido: mientras se abraza al mundo, tiene que mantener unas raíces muy marcadas. Por lo tanto, la catalanidad no tiene que ser ni una molestia ni una pieza de museo, sino una relación viva entre los que están ahí y los que llegan. Tiene que ser lo que llene el agujero del medio. El carné invisible. Un nuevo nosotros.