«¿Cuando ha sido América grande?»
Brooke Williams, sobrina de George Floyd
Una ley catalana de alquiler a punto de ser suspendida constitucionalmente por, paradójicamente, poder garantizar que se continúa vulnerando el constitucional y universal derecho a la vivienda –quien quiere hacer algo, busca una herramienta; quien no, una excusa, reza un proverbio árabe–. Ayer, de madrugada en las calles de Barcelona, otro recuento del millar de personas que duermen al raso. Hoy, una protesta contra los maltratos en el CIE de la Zona franca, en la jornada internacional por el cierre de los centros de internamiento, que el Parlament exigió clausurar de una vez por todas –y que esta semana hemos visto, cuerpo a tierra esposado durante tres horas, abriendo el Telenotícies–. Expulsiones en caliente del gobierno más progresista de la historia, que prometió erradicarlas. Y muros más altos del ministro que prometió bajarlos.
El próximo jueves, fiesta internacional de las personas refugiadas. Queremos acoger, decían las calles –¿lo hemos hecho? ¿cómo? ¿cuánto?–. Y en el país que quiere decidirlo todo, 900.000 ciudadanos y ciudadanas que ya no lo eran el 14 de febrero –porque tienen suspendido, de iure y de facto, el derecho a voto–. Y un informe de ECAS que levanta acta racista de la realidad: ser migrante multiplica por tres el riesgo de exclusión social. En la crónica inacabable de una violencia ininterrumpida, de una discriminación estructural, un barco de Open Arms retenido en un puerto italiano. Ni rescatan ni dejan rescatar, mientras 39.327 muertos a la deriva confirman el Mediterráneo, desde 1993, como fosa común de nuestra indiferencia.
"Negro de mierda" espetado por un funcionario público –agente policial de las ARRO– que todavía está en activo, y contra quien no consta ninguna medida cautelar; ¿qué más hace falta, para que alguna vez pase algo que no sea nada? Otro checkpoint en el Raval –frontera arbitraria, artificial e invisible– que para por el color de la piel. El vacío legal de ser menor migrante y cumplir 18 años –y que te exijan arqueología para salir adelante: un contrato anual de 40 horas semanales–. Y segregación escolar, como recordaban, anteayer en Salt, el Espai Antiracista, la AFA de la Escuela La Farga y la plataforma Salt Educa: encima, resulta que los han multado por una protesta previa. Y la metáfora global, racismo no es nada más que el orden jerárquico de los privilegios, que expone que el turismo ya se prepara para las vacaciones mientras se levantan todos los muros contra el sur global. O las vigencias coloniales lacerantes, como el acuerdo de pesca UE-Senegal o el armamento español, séptimo exportador mundial y complicidad criminal, en guerras abiertas como la del Yemen. Y, claro, todos los George Floyd del mundo.
Y todavía el Cuarto Mundo aquí, en las más de cien naves vacías hechas refugio. Precariedad a la intemperie y cartografía demoledora del binomio racismo y desigualdad en los Países Catalanes. Y, metáfora final, la vergüenza de un presidente de una comisión en el Congreso, como si los taquígrafos de la realidad se pudieran rayar, pidiendo que se borre la expresión "racisme institucional" de las actas de la sesión. ¿Qué diría Candel de todo esto en el reclamo permanente y actualizado de un solo pueblo? Porque en una sociedad como la catalana, donde el hecho migratorio es estructural, orgullosa de saberse plural y diversa, cada vez que renunciamos a compartir la lengua propia por razón de origen todavía la debilitamos más y también renunciamos a construir un futuro entre iguales.
El racismo es tan cotidiano que se cuela en cada gesto, como mecanismo de segregación social y degradación colectiva. Dos experiencias cercanas, vividas desde iniciativas de transformación social y reconstrucción comunitaria a las cuales apoyamos desde el Projecte Lliures –impulsado por Òmnium, ECAS y Coop57–, nos han dado en los morros. Como una bofetada. Mujeres Migrantes Diversas y la cooperativa Top Manta han sufrido racismo inmobiliario cotidiano: aquel que te garantiza un alquiler y un contrato digitalmente, hasta que te ven analógicamente con la mirada estigmática del racismo. Aquí, ahora, hoy. Las primeras han conseguido, tras muchas dificultades y tres negativas, un contrato de un año. Los segundos han sido finalmente acogidos en el espacio cooperativo de Can Batlló. Otra vez, lo que no hacen los estados lo habilitan las sociedades. Es lo que podemos hacer. Y seguiremos haciendo. A cada negativa, una afirmación colectiva.
El antónimo de cualquier racismo se llama igualdad y la clave pendiente, derechos civiles y derechos sociales: todos los derechos para todas las personas. Como si fuera ayer, Angela Davis escribía en 1974 que "no tenemos otra alternativa más que ofrecer nuestras vidas, nuestro cuerpo, nuestra inteligencia, nuestra voluntad, a la causa de los oprimidos". En el libro Para combatir esta era, Rob Riemen narra la parábola mitológica del fracaso colectivo más actual. Lo hace en el cuerpo de la princesa Europa, que, exiliada y huyendo de la guerra, llega a los Alpes suizos. Allá, para poder ser y poder quedarse, le piden primer papeles –que no tiene–, y como moderna alternativa substitutoria, dinero. Pero tampoco tiene. Retablo del XXI. Y, a pesar de todo, en cada rescate se cuela siempre aquella voz coral que grita Boza, boza –que significa "renacer"– y que nos recuerda que ni el desaliento es africano ni es ningún lugar de futuro.
Invisible o brutal, sutil o directo, el racismo reiterado –sistémico, monótono, repetido– agrieta, excluye, deteriora y deshumaniza. Dice mucho de quien lo sufre, pero todavía dice más de quien lo impone. Y no deja respirar. Por eso, la lucha antirracista, aquí y por todas partes, es desde hace mucho una lucha compartida donde se disputa presente y futuro. Y, de paso, obliga a repasar el pasado y repensar quién traza fronteras y levanta muros. Al contrario, el ferrocarril subterráneo, sí, existió, existe todavía y lo tenemos que seguir construyendo: una red cotidiana, civil y social, horizontal y solidaria, que autotutela derechos, erradica vergüenzas y abre caminos. En esto seguiremos empeñados: en dinámicas sociales que nos hagan reconocernos como libres entre iguales. Mientras tanto, comunidad en resistencia y agenda antirracista desde abajo, las mujeres migrantes de Mujeres Diversas van construyendo la Casa Feminista Autogestionada y, mientras tanto, la cooperativa Top Manta lanza sus zapatillas Ande Dem. En wòlof, "caminar juntos". Y es apenas esto. Y apenas así. Porque cada vida importa. Y cada persona cuenta.
Teresa Crespo (ECAS), Jordi Cuixart (Òmnium Cultural) y David Fernàndez (Coop57), en nombre del Projecte Lliures