Matrimonios a la fuerza, matrimonios por presión
Existen violencias más visibles que otras. La de los matrimonios forzados, quizá por considerarse minoritaria en estas latitudes, quizá por no estigmatizar determinados “colectivos”, apenas aparece en los debates públicos. Ni siquiera en semanas como ésta, dedicada a la lucha contra todas las formas de violencia machista. Sólo el feminismo ahora llamado clásico alza la voz contra esta ancestral forma de dominación masculina que en nuestro mundo contemporáneo no sólo sigue existiendo sino que se traslada del país de origen de las familias, donde el discurso igualitario no ha penetrado lo suficiente para impugnar la misoginia normalizada, hasta las modernas sociedades europeas. Aquí la libertad y la igualdad son reconocidas por ley, pero si eres inmigrante y mujer, tu discriminación es distinta. Algunos incluso creen que es natural que seamos sometidas, al fin y al cabo, "es su cultura". Sería impensable que alguien, ante el número de feminicidios que se producen en Cataluña, dijera “bueno, qué le vamos a hacer, es su cultura”. Pero con la violencia que sufren moras y negras expresamos una indiferencia muy similar y nos quedamos tan anchos.
¿De qué hablamos cuando hablamos de matrimonios forzados? El esquema clásico es el de unos padres (con la madre a favor o en contra, da igual, su supeditación a la voluntad patriarcal neutraliza el papel protector que debería tener) que deciden que la niña ya es una “mujer” y debe casarse y que debe hacerlo con quien convenga a la familia. enlaces entre parientes cercanos se ha reforzado incluso donde ya estaba en retroceso: si un primo necesita papeles, una vía de entrada en el país es encontrarle una buena chica musulmana con permiso de residencia o nacionalidad española. el esquema clásico existe una educación de obediencia al padre que hace impensable la oposición de la hija. Y si ésta decide que no quiere aceptar, entra en juego la violencia explícita, física o psicológica. Son los matrimonios impuestos de toda la vida y sus víctimas se ven obligadas a huir si quieren escapar de tan terrible destino. Pero estas situaciones no son más que la punta afilada de un iceberg que contiene. otras muchas no tan evidentes, pero que acaban teniendo graves consecuencias sobre las mujeres que las sufren. Para empezar, hay una realidad extraña que viven muchas niñas. en estos entornos y que se manifiesta en uno de los momentos más delicados de la vida de cualquier ser humano: el de la pubertad. los hombres del barrio te miren con otros ojos, que te persigan por la calle o que se presenten en casa para “pedir tu mano” o que todo el mundo comience a tu alrededor. hablar de noviazgos y bodas. “Aún es pequeña” dirá la madre, pero su voz se verá sofocada por las de todos esos hombres que quieren “reservar” a la niña.
Estas presiones comienzan con la pubertad, pero siguen, y cuanto más años cumples, más se intensifican. Las chicas sienten que son un estorbo, que el hecho de que sigan solteras es un problema ya menudo claudican, se casan por salir de un entorno familiar que no puede imaginar para ellas otro camino, para ver si así las dejan en paz, a ellas ya su sexualidad puesta bajo el foco.
Para prevenir esta violencia específica se necesitarían campañas de educación y prevención similares a las que se hacen con el maltrato o la violencia sexual. Que en estos entornos concretos se difundiera de forma muy clara la idea de que no está bien ni forzar ni presionar a niñas y mujeres para casarse. Se debe “desnormalizar” el matrimonio como destino único y deseable.