Cómo mejorar nuestro modelo productivo

Nos enfrentamos a un nuevo curso en unas condiciones que son pasablemente buenas. El verano –en agosto– no está dando sorpresas negativas. Más bien le ha dado un positivo positivo que es el empuje que ha cogido la candidatura de Kamala Harris como candidata a la presidencia de EEUU por parte del Partido Demócrata. La mala noticia para el mundo y para Europa que significaría la victoria de Donald Trump ha dejado de ser inevitable. Todo el mundo, en todo el mundo, contempla ahora otra posibilidad ganadora, mucho más esperanzadora para muchos. En términos europeos, hemos superado los peligros de un ascenso de la extrema derecha. Los partidos prorrusos pierden influencia –no del todo, pero pierden–. A escala española y catalana las incertidumbres son muchas, dadas las precariedades que existen en las mayorías de gobierno, española y catalana, y la fuerza que tienen los prejuicios de partes muy influyentes de la judicatura. Sin embargo, la formación de un nuevo gobierno del PSC en Catalunya, en sintonía con el del Estado, sugiere que el área socialista querrá aprovechar la buena constelación política para sacar adelante políticas y proyectos que llevaban tiempo esperando una algo de sintonía entre varias administraciones. Esperamos, pues, que comencemos el nuevo curso con ganas de salir hacia delante y sin amenazas inmediatas. Habrá que validarlo en noviembre, con las elecciones en EEUU, pero ahora hay buenas vibraciones.

¿Qué carencia actual y resoluble me preocupa más, aparte de la financiación, que hará hablar mucho? Poniéndome el sombrero de economista, pero atento a los aires políticos dominantes, creo que tenemos una enorme oportunidad de mejora, que a su vez es una inmensa necesidad de mejora: cambiar el modelo productivo. Son palabras grandes, que todo el mundo repite, pero que creo que pueden reducirse a pequeños grandes cambios de algunas reglas de juego. El diagnóstico compartido por los economistas es que sufrimos en Cataluña, como en todo el Estado, un larguísimo estancamiento de la productividad por persona. Aproximadamente lo sufrimos desde la entrada al euro.

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En Catalunya somos dos millones más que cuando entramos en el euro, pero nuestros ingresos per cápita son los mismos. No han aumentado en términos reales. Las oportunidades de buenos trabajos se han reducido. Se multiplican los trabajos mal remunerados, que son los que contratan a más inmigrantes. Mucha juventud se va a trabajar fuera, donde la calificación obtenida en nuestro país les es mejor remunerada, pero que progresivamente tienen más difícil volver a casa por cómo pierden en esta vuelta. Por otra parte, las garantías de pensiones y de cobertura sanitaria y social obtenidas a lo largo de las dos últimas generaciones son tan altas, que no serán sostenibles sin muchos más cotizantes en el sistema de bienestar –a la seguridad social como mínimo– y que coticen más. En cambio, buena parte del crecimiento demográfico se produce con bajas o negativas cotizaciones –ayudas obtenidas sin cotización–. Es necesario cambiar esta dinámica.

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Hasta donde yo observo y sé ver, el nudo crucial que debe romperse es la legislación laboral. Lo ha empezado a hacer, muy tímidamente, la actual ministra de Trabajo. Ha logrado aprobar reformas que encarecen el trabajo. Esa calidad algunos –muchos empresarios– la ven negativa, pero yo la veo esencial para mejorar. Llevamos desde 1980 intentando corregir las rigideces del Estatuto de los Trabajadores. Se han ido introduciendo reformas flexibilizadoras. La última, aprobada en un momento extremadamente malo de las cifras de paro –invierno de 2012– reventó por completo las costuras de las protecciones laborales para los nuevos contratos. Ahora vivimos en una sociedad y una economía –en un modelo productivo– que ha alcanzado su excelencia en la producción y exportación de contratos laborales completamente precarizados. No es la tecnología, que ayuda, pero puede controlarse. No son los sindicatos, que miran hacia otro lado. Son muchas organizaciones empresariales –afortunadamente, no todas– las que se han ido transformando en defensoras de un statu quo laboral indeseable, pero que han desplegado negocios que dependen vitalmente de ese mal sistema de contratación laboral para hacer beneficios. Incluso –y no es menor– muchas familias han encontrado las virtudes en disponer de trabajo a domicilio muy barato. El resultado es que contratamos a mucha gente que viene de fuera y cotiza poco y damos muy poco trabajo a gente del país y que cotice mucho. Esto no es sostenible. Difícilmente podrá corregirse desde gobiernos de derechas. La coincidencia de gobiernos de izquierdas debería ayudar a resolver esta debilidad insoportable de nuestro modelo productivo, construida sobre la premisa autodestructiva de “pan para hoy y hambre para mañana”. No sé si las izquierdas querrán, pero podrían fijarse ese objetivo de mejora de la estabilidad, la remuneración y las condiciones del trabajo, que siempre ha sido la razón de su existencia.