No creo en una economía que hace pobres y mata de hambre
Jaume Balmes
Hiperrealidad inicua, quizás haya que recordar, en medio de agosto y según datos oficiales, que un 29,8% de la sociedad catalana no puede permitirse ni una sola semana de vacaciones. No corresponde añadir el matiz temporal de este año, como si fuera una cifra circunstancial, excepcional o pasajera fruto de un mal semestre. No. El dato, desgraciadamente, es crónica, constante y estructural desde hace demasiado tiempo. Hasta donde se pierde la memoria de los recuerdos de los que sí podemos veranear –los que no pueden, no los tienen–. Nos podríamos remontar hasta 2008, cuando el dato era del 36%. El pico álgido llegaría en el 2013, cuando afecta a un 48% de la sociedad catalana, según el histórico de la Encuesta de Condiciones de Vida. Remontarse al 2008 no es baldero: es el inicio inacabado, sólo el prolegomen, de las crisis encadenadas, simultáneas o consecutivas que nos asedian. Desde 2008, hace 16 años que hablamos de exclusión residencial, desahucios diarios y orgía inmobiliaria sin solución de continuidad. Por el contrario, el precio de la vivienda sube sin freno. No hace falta aclarar quién gana y quién pierde, porque siempre han ganado, y han perdido, los de siempre. Pero una década y media perdida –impotencia democrática, inacción pública, moscas contra cañones– da para mucho y todo. El pasado enero la Cámara de Comercio ya alertaba de que el esfuerzo por pagar el piso estaba en máximos históricos. Este agosto, canícula perpetua, el Consell de la Joventut ha recordado que el precio del alquiler supera en 80 euros el sueldo medio de una persona joven. Un joven catalán necesita el 100% del salario para pagarse el alquiler y eso que Catalunya encabeza el ranking estatal de emancipación juvenil, con un escaso 20,9%. El 79% no puede.
Que casi uno de cada tres catalanes no pueda permitirse irse de vacaciones ni una sola semana y que el 80% de los jóvenes no se puedan emancipar nos permite viajar hacia una de las últimas radiografías sociales del país, publicada el pasado mes de abril por ECAS (Entidades Catalanas de Acción Social) en otro de sus valiosos informes periódicos. Allí nos recuerdan que vivimos en un contexto a la vez crucial y frustrante en el que las desigualdades crecen en un contexto de inestabilidad geopolítica global, crisis ecosocial sistémica, ciclo inflacionario con pérdida de poder adquisitivo, políticas sociales con baja capacidad de incidencia y aceleración tecnológica” que cuestiona los fundamentos de nuestro modo de vida”. El último Insocat, número 17 de una larga serie que dura ya una década, lleva por título Cronificación de la pobreza y crecimiento de la precariedad. Leerlo es una ola de calor que ya sabemos que no se marchará, que eriza la última neurona, que abrasa el presente y que es como si fuera calcinante –incendios– cada probabilidad futura de un horizonte distinto. Como si fuese un incendio forestal social de sexta generación, sin GRAFs, ni bomberos voluntarios, ni ADFs, ni ningún Plan Alfa a nivel 4 ante un aviso de peligro extremo. Es difícil resumir una síntesis de 47 páginas –y sólo corresponde recomendar su lectura entera–, porque también está llena de matices, complejidades y multidimensionalidades. Y de rostros, rastros y restos –niños, jóvenes, mujeres y personas migrantes, especialmente–. Pero, en esencia, de lo que nos alertan las 120 entidades sociales que se reúnen en ECAS es que no lo logramos y que no hace pinta que podamos hacerlo si nada –más bien, si muchas cosas– no empiezan a cambiar: “ Hagamos mucha contención sin abordar los problemas de fondo”. Es decir, que esto no va de chapa, pintura y barniz, sino de cómo se tambalea y se resquebraja el edificio entero y de cómo “la pobreza se intensifica, se diversifica y se esparce por Cataluña”. También va de apariencias aparentes –dado que estamos en mínimos históricos de paro (9,1%) y paro juvenil (20%) y las desigualdades, como el dinosaurio, siguen ahí– y de realidades reales: por ahora, el 46,5% de nuestra sociedad tiene dificultades –de muchas a algunas– para llegar a fin de mes.
Por eso la ecografía que hacen, a la vez gélida y tórrida, podría describirse como una analítica detallada donde se confirma que aquí no hay nada coyuntural y todo es estructural y sistémico: “Agudización de las situaciones de pobreza extrema y descenso generalizado en la calidad de vida”; "realidad social compleja y tensionada"; o “claro empeoramiento de la privación material severa que afecta a un 8,9% de la sociedad”. Y el tuétano de una estructura social diezmada y carcomida por las desigualdades: “Una cuarta parte de la población de Catalunya está en riesgo de pobreza o exclusión”. 24,4% desde hace años y cerraduras. La precariedad en el trabajo, la debilidad del modelo económico, la falta de inversión en el sistema de protección social y la creciente incidencia de la vivienda como factor de empobrecimiento –vivir en alquiler triplica el riesgo de exclusión– son algunos hechos más determinantes. Al fin y al cabo, el pasado 1 de julio el economista Albert Carreras, que encontrarán a menudo en las páginas de este diario, sostenía categórico: “Nuestro modelo productivo es que somos excelentes en contratos basura”. El Insocat 17 constata que ya hemos llegado al punto de que un 16,4% de los asalariados están en riesgo de exclusión, en el ya no tan nuevo fenómeno de la pobreza asalariada, que afecta directamente a un 10% de los trabajadores. Mientras, el 20% más rico ingresa cinco veces más que el 20% más pobre.
También lo explica el hecho de que el crecimiento del PIB se haya desacoplado definitivamente de ningún progreso social, como certifica la propia UE. Y que la segregación, la polarización y la dualización social –nos enriquecemos y empobrecemos a la vez– son nuestra realidad ya no se puede esconder bajo ninguna estera. Es demasiado evidente que esto es el caldo predilecto del auge caníbal ultraderechista. En ECAS lo detectan en todas partes: "el descontento favorece a los populismos de extrema derecha, que instrumentalizan el malestar en contra de segmentos de población aún más vulnerables". Demasiados años picando piedra para no saber anticipar, punto por punto, qué caray acaba pasando cuando no se hace lo necesario, cuando no se hace nada o bien cuando se hace todo lo contrario. Incluso un gran conservador como Juan Manuel de Prada ha alertado de la cruzada, sucia y brutal, así a Ayuso como a Milei sin saber quién copia quién, contra un concepto tan básico como el de justicia social. Para el escritor"la justicia social no es más que la expresión moderna de las dos formas de justicia clásica, la conmutativa y la redistributiva; en toda sociedad debe darse a cada uno el suyo; pero ¿qué es lo de cada uno? Lo que la dignidad humana exige". Decía más: que el mercado nos hace vivir con un miedo que desmenuza muchas cosas. Y todavía lo remachaba con una terrible paradoja, donde llegamos "a un régimen político inic, donde todo el mundo reclama justicia sin que nadie tenga la obligación de ser justo (exactamente la situación que favorece a los demagogos)".
Quizá por eso, mientras acababa de releer el informe de ECAS, recordé una anécdota de los queridos Estruch –hijo y padre–. La pregunta del bueno de Martí, que hacía un trabajo sobre la insumisión y se pedía por qué la gente se negaba a hacer la mili, fue corregida enseguida por el padre, el eminente sociólogo de las religiones Joan Estruch: “La pregunta buena no es ésta, la pregunta buena es por qué la gente hace o sigue haciendo el servicio militar”. Ante una realidad tan socialmente desigual y tan políticamente inicua, ¿cuáles deberían ser las preguntas correctas? ¿Y las respuestas? De la respuesta, estructuralmente, sólo sabemos que será compartida y colectiva, solidaria y humanista, mancomunada y colegiada o, sencillamente, no será porqué no la habrá. Coyunturalmente, disculpen el espóiler y el estirabot, también sabemos que la respuesta no se llamará Copa América. Pero en ausencia de respuestas públicas y sociales, universales y preventivas, es decir, en un contexto de quiebra democrática consolidada y de espiral de carencias y de retroalimentación directa entre auge de las desigualdades y auge de los autoritarismos, vuelvo a una de las más palmarias conclusiones de un informe imprescindible: "La cronificación de la pobreza y la perpetuación de situaciones de exclusión grave tendrán un impacto negativo severo en un futuro inmediato". Sí, sabemos que no podremos decir que no estábamos avisados.