Meloni, Le Pen y 'El cuento de la criada'

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Giorgia Meloni en el parlamento italiano durante la elección del presidente de la cámara, el día 14 de octubre.

La reciente victoria de Giorgia Meloni en Italia ha puesto en evidencia cómo, para sorpresa de muchos, las formaciones populistas de ultraderecha están optando por liderazgos femeninos. Sería fácil decir que se trata simplemente de una jugada oportunista. Una cara femenina confiere a una candidatura un cierto no sé qué de novedad, pues estos partidos capitalizarían este fenómeno para presentarse como diferentes, alternativos. Sin embargo, la cuestión es más compleja.

Los partidos populistas de ultraderecha son antifeministas, por no decir abiertamente misóginos, en su ADN.

El populismo se basa en una visión maniquea e hipersimplificadora que divide el mundo en dos: nosotros y ellos. El “nosotros” está representado por el Pueblo, un pueblo idealizado, homogéneo, uniforme, monolítico, y el “ellos” por las élites, culpables de todos los males. Pero, como explica el politólogo Cas Mudde, el populismo en sí es una visión ideológica delgada, es decir, tiene que apoyarse en una ideología fuerte para poder sustentarse. Pues los populistas de ultraderecha se apoyan en ideales nativistas y ultranacionalistas. Estos les permiten construir un “otro” antagónico perfecto sobre el que reversar todos los miedos y las frustraciones de los ciudadanos: los inmigrantes. Los inmigrantes, culpables de no compartir la cultura/raza/religión del Pueblo, constituyen una amenaza intrínseca que atenta contra la "integridad de la especie".

Y, si está en juego la sobrevivencia del Pueblo, las mujeres –y un estricto control sobre sus funciones reproductivas y de cuidados- se convierten en las piezas claves para garantizar su existencia y salvaguardar sus límites biológicos. 

Proteger al pueblo, o la nación, entonces, pasa necesariamente por proteger a la familia tradicional: cualquiera que ponga en duda o conteste los roles sexuales "naturales” (movimientos feministas, LGTB+, etc.) se convierte automáticamente en un enemigo del pueblo. No sorprende, pues, que estos partidos tradicionalmente hayan sido Männerparteien (partidos de hombres para los hombres), en los que las mujeres siempre han revestidos roles segundarios y auxiliares.

Sin embargo, mirando a los ejemplos europeos más cercanos -Meloni en Italia; Marine Le Pen en Francia; Frauke Petry, ex líder de Alternativa para Alemania; Siv Jensen en Noruega, o Beata Szydlo en Polonia, para citar algunas– se puede apreciar cómo estas políticas, más allá de ser lideresas, parecen romper por completo con los “roles naturales” de género que sus propios partidos defienden.

Todas se alejan claramente del estereotipo de la “sirvienta del patriarcado”, encarnando un modelo de mujer "moderna", fuerte, independiente y dueña de sí misma. Es más, todas parecen haber interiorizado el papel del “líder fuerte” y con él los valores y los hábitos de la peor masculinidad tóxica, que exteriorizan con agresividad exhibida y violencia verbal. Se presentan, en otras palabras, como un extraño híbrido: “pitbulls en pintalabios” (como se autodefinía Sarah Pallin), que compiten y ganan contra los hombres usando sus propios recursos discursivos (en la gran mayoría de las veces machistas de manual), pero que piden a las demás mujeres que “entierren forzosamente sus fetos abortados” (Meloni) o que renuncien a las cuotas de género “que son un inútil obstáculo a la meritocracia” (Petry).

La dinámica parece paradójica, pero quizás no lo sea tanto: estas mujeres tienen una visión del mundo tan inmersa en la cultura patriarcal, que, de algunas maneras, las legitima.

Todas apelan a una especie de domesticidad ampliada que incluye un papel de tutela maternalista de protección de la salud (moral y física) de esa gran familia que es el Pueblo.

Et voilà que la incendiaria Meloni se autodefine ante todo como madre, Pia Kjærsgaard en Dinamarca es conocida como Mamma Pia, etc. Como Sarah Pallin, la cazadora de osos del norte -de la que muchas de estas políticas parecen haber copiado el estilo-, que se describía a sí misma como una “madre Grizzly”, que había entrado en política preocupada por el futuro de sus hijos.

Como analista, queda mucho por reflexionar y comprender. Como mujer, resulta imposible no pensar en Serena Joy, la temible Mrs.Waterford de la novela distópica El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

Este personaje, habiendo sido la gran ideóloga -y mejor spin-doctor- de la formación política que transformó EE.UU. en la republica teocrática y ultrarepresiva de Gilead, cuando esta se institucionalizó tuvo que abandonar todo tipo de actividad pública (junto a su libertad y su autonomía), para dedicarse a las tareas propias de las mujeres, según la ideología que ella misma había contribuido a difundir: crochet y jardinería.

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